La embestida de la Administración Trump contra Harvard, una de las universidades más reconocidas del mundo, no puede recibir sino el calificativo de barbaridad. La semana pasada se le prohibió inscribir a estudiantes internacionales alegando un supuesto adoctrinamiento izquierdista y antisemitismo. También ha revocado visados estudiantiles. Y, por si fuera poco, ha exigido a las universidades que entreguen información sobre los estudiantes que han participado en las protestas estudiantiles. Lo que busca la Administración Trump es, ni más ni menos, que Harvard no admita estudiantes extranjeros. La medida dejaría fuera a 6.800. Además de que Harvard perdería los mejores talentos internacionales, también se infligiría un enorme daño a lo que es, y ha sido hasta ahora, el american spirit (el ‘espíritu americano’: libertad, progreso, perseverancia, inclusión, acción ciudadana). Aunque la medida ha sido bloqueada temporalmente por un juez de distrito, no sería la primera vez que la Administración Trump se saltase un mandato judicial. El caos está servido. La situación es tan grave que Jerome Powell –el presidente de la Reserva Federal, nombrado por Trump durante su primer mandato– no ha podido callarse. Por ello, al dirigirse a los estudiantes de la universidad de Princeton en el discurso de graduación de mayo de 2025, recalcó que las universidades estadounidenses son la envidia del mundo y un activo crucial para que EEUU pueda continuar liderando en innovación científica y dinamismo económico. Por otra parte, también Powell ha sido blanco de las críticas de Trump. Por su negativa a bajar los tipos de interés, que mantiene entre el 4,25 y el 4,5 % para contener la inflación. El resto del mundo observa atónito cómo la administración federal intenta desmantelar el sistema universitario estadounidense que, durante décadas, ha sido uno de los polos de atracción y baluarte del éxito económico y tecnológico de EEUU. En la línea de acoger lo que otros no quieren, el gobierno de Hong Kong ha hecho un llamamiento a las universidades honkonesas para que atraigan ese talento extranjero que EEUU quiere rechazar ahora. Los chinos no pueden sino esbozar una sonrisa: ellos ya vivieron su salvaje arremetida contra sus universidades durante la Revolución Cultural y saben que es una acción que no trae beneficios