Opinión

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La imagen se repite con la precisión de un reloj: retenciones en la AP-7, camiones buscando dónde descansar, conductores desesperados, economistas alertando de la congestión crónica y un debate circular sobre qué hacer con la principal autopista del Mediterráneo.

Desde que se levantaron los peajes, la vía ha vivido un auténtico alud de vehículos, y los datos lo corroboran: un 44% más de tráfico desde 2019 en nuestro tramo durante los meses de verano. Cifras que hablan solas. La foto, sin embargo, no es nueva. Todos los veranos asistimos al mismo ritual: colas interminables, quejas de transportistas, discusiones sobre si los camiones son un estorbo o una necesidad y la constatación de que las áreas de servicio no dan abasto. La FEAT reivindica que los vehículos pesados no circulan por placer. Pero, a la vez, también es cierto que su enorme presencia, junto al volumen creciente de turismos, convierte la AP-7 en una arteria saturada donde convivir sin riesgo resulta cada vez más difícil.

Los expertos coinciden en el diagnóstico. Al menos de momento, parece que no hay alternativas. El ferrocarril de mercancías nunca ha recibido la inversión prometida, el transporte público sigue sin ser una opción real y ampliar carriles solo sirve como alivio temporal porque atraería más vehículos y lo devolvería todo al mismo punto de partida. El Govern apuesta ahora por la tecnología: control de velocidad variable, inteligencia artificial para anticipar atascos o sistemas para vigilar el estado de los camiones. Son medidas necesarias, pero insuficientes frente a una tendencia estructural. Porque el problema de la AP-7 no es coyuntural ni estacional, es sistémico. No hay soluciones mágicas a corto plazo. Lo único honesto es reconocerlo: soporta más de lo que puede digerir y seguiremos viéndola colapsada mientras no se apueste en serio por alternativas reales de movilidad y logística. Quizá el mayor riesgo es la resignación: convertir los atascos en parte del paisaje, asumir que la AP-7 está condenada a ser, verano tras verano, la misma fotografía. Y esa, aunque nos hayamos acostumbrado a ella, no debería ser nunca la normalidad. Muchas vidas dependen de ello.

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