Opinión

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Hoy se cumple un año del inicio del corte ferroviario entre Tarragona y Sant Vicenç de Calders, provocado por las obras del túnel de Roda de Berà. Fue una intervención necesaria y de gran envergadura, pero también un punto de inflexión que simboliza la precariedad ya crónica de la red ferroviaria. El pasado 1 de octubre, el Diari hizo un despliegue muy especial: subimos a trenes y autobuses desde distintos puntos de la demarcación y contamos en primera persona lo que suponía viajar con interrupciones, transbordos y retrasos. Fue el reflejo de una ciudadanía resignada, pero también indignada. Hemos seguido este asunto durante todo el año bajo el epígrafe «Caos Ferroviario». Hay en la web del Diari un vertical que reúne todas las informaciones y reportajes sobre... el caos ferroviario. Sigue bajo ese epígrafe porque, doce meses más tarde, poco ha cambiado para los usuarios. Aunque el corte principal finalizó el pasado 3 de marzo, la infraestructura ha seguido en obras en varios tramos, generando nuevas interrupciones puntuales y afectaciones adicionales. A ello se suman las incidencias diarias de la red, con un dato tan elocuente como alarmante: uno de cada diez trenes Regionales del sur acumula más de media hora de retraso. La puntualidad, simplemente, se desploma. El tren debería ser eje vertebrador, sostenible y competitivo frente a la carretera. En cambio, se ha convertido en un quebradero de cabeza para miles de usuarios que, por defecto, saben que no llegarán a tiempo. La Generalitat, que ya ha asumido la gestión de Rodalies, trata de mejorar el servicio, pero sus medidas aún son incipientes y no alcanzan a los Regionales, que aún son competencia estatal. La conclusión es clara: un año después, la inversión millonaria en el túnel de Roda de Berà no se traduce todavía en un servicio fiable. Ni de lejos. Los viajeros, que sostienen el sistema con su paciencia y sus billetes, merecen algo más que promesas. Merecen puntualidad, transparencia y un plan real que devuelva la confianza en el tren como medio de transporte del presente que funcione como Dios manda, y no como un eterno proyecto de futuro.

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