Opinión

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Llega el otoño y, con él, las promesas de invierno fiscal. En Tarragona, el Ajuntament que encabeza el alcalde Rubén Viñuales planea para 2026 congelar el IBI, la tasa de la basura y el impuesto de vehículos. En Tortosa, el consistorio va un paso más allá: rebajará el IBI un 1% y mantendrá intacto el resto de tasas. En Reus los números siguen en el aire, pero no sorprendería a nadie que el guion sea parecido. Es un patrón que se repite mandato tras mandato, como una estación más del calendario político: los impuestos suelen subir en los primeros años —con las elecciones recientes y las próximas aún quedan lejos— y se congelan o hasta se rebajan cuando los comicios asoman en el horizonte. Lo hemos visto tantas veces que ya forma parte del paisaje. Bienvenida sea cualquier medida que alivie el bolsillo de la ciudadanía, especialmente en estos tiempos en que cada factura parece tener vida propia. Pero conviene también no sobreactuar. Congelar impuestos no siempre es un acto heroico, sino a menudo una simple decisión táctica. Una forma de que el ciudadano llegue a la próxima cita electoral con una mejor sensación fiscal.

Los vecinos no necesitan fuegos artificiales ni titulares épicos. Lo que esperan de sus ayuntamientos es gestión sensata, servicios dignos y transparencia con los números. Si la economía municipal lo permite, congelar o rebajar impuestos está muy bien; pero no hace falta venderlo como si fuera una gesta, después de promocionar su aumento como la única y última oportunidad de evitar la quiebra de las arcas municipales.

La gente ha aprendido a leer entre líneas. Sabe que las rebajas de última hora no siempre son fruto de una mejor gestión, sino del calendario electoral. Más allá de la congelación o rebaja puntual, lo que realmente genera confianza es una política fiscal previsible, coherente y sostenida en el tiempo. Esa, y no la del efecto anuncio, es la que acaba dejando huella en la ciudad. Si algún día los impuestos dejan de moverse al ritmo de las elecciones, quizá sí podamos hablar de un auténtico cambio de ciclo. Hasta entonces, seguiremos celebrando cada congelación... con la misma cautela con la que se observa el primer copo de nieve.

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