Alberto Núñez Feijóo fracasó, como estaba previsto, en su intento de ser investido por el Congreso de los Diputados presidente del Gobierno, un acto que pone el reloj a correr y deja el camino abierto para el turno de Pedro Sánchez, quien tampoco lo tendrá sencillo. El líder del PP preparó el terreno del inicio de una dura estrategia de la oposición ante la previsible articulación de un gobierno de coalición PSOE-Sumar apoyado por todas las formaciones nacionalistas y que tendrá como hoja de ruta la ‘desjudicialización’ de los problemas derivados del procés, sea una ley de amnistía u otra variante similar.
El debate, en todo caso, ha vuelto a reflejar una extrema polarización del escenario político, sobre todo entre el PP y el PSOE, que complica la necesaria búsqueda de entendimientos básicos entre las dos principales fuerzas a la hora de afrontar los principales desafíos de este país: por un lado, la recuperación de la confianza institucional, lamentablemente muy erosionada por el ruido y la crispación reinantes; pero también el relanzamiento de la economía y del empleo, la búsqueda de un gran pacto por la educación y por los jóvenes, así como un gran acuerdo en clave territorial que haga compatible el perfeccionamiento del Estado autonómico con el respeto de las singularidades territoriales. El bipartidismo PP-PSOE vuelve a recuperar terreno tras el debate, que contempló momentos de tensión y revela un antagonismo político e ideológico que cada vez se refugia en posiciones más enconadas e irreconciliables. El abrazo ya sin tapujos del PP a Vox que impide a los populares buscar otros socios, por un lado, y la dependencia de los socialistas de las fuerzas independentistas catalanas, que han encarecido su apoyo con demandas cada vez más difíciles de asimilar por el PSOE, son cuestiones que no contribuyen a la estabilidad. En este contexto de creciente crispación, Sánchez asume su oportunidad en un escenario en el que ya nadie descarta un regreso a las urnas.