El difícil acceso a la vivienda

La pérdida de poder adquisitivo ante el galopante incremento de la inflación se ha reflejado en una notable desaceleración de los créditos a la vivienda. Con los bancos muy pendientes de no empeorar sus ratios de morosidad, los requisitos para conceder un préstamo son cada vez más exigentes.

Y los créditos, cada vez más caros. En efecto, hacer frente a las hipotecas a tipo variable ya firmadas con un euríbor al alza se está convirtiendo en un calvario para miles de familias, que han notado un fuerte incremento en la cuota que pagan mensualmente.

En ese escenario, se ha producido también un frenazo considerable en las decisiones de compra de los futuros propietarios. Y un notable aumento de las personas o entidades que apuestan por pagar su nueva vivienda al contado, sin necesidad de acudir a una entidad bancaria a solicitar un préstamo. Parece evidente que a esta medida puede acogerse una parte pequeña de la población, aquella que tiene unos ahorros considerables, quedando fuera de la ecuación la inmensa mayoría de parejas jóvenes que desea independizarse y formar una familia.

Y es que el crédito hipotecario es la principal vía para acceder a una vivienda en este país. Parece razonable que los bancos, aprendida la lección de los desmanes que nos llevaron al estallido de la burbuja, cuando se concedían créditos muy alegremente y sin prácticamente pedir avales, hayan endurecido las condiciones para optar a esos préstamos.

Pero estas condiciones no pueden ser un impedimento para disfrutar de un derecho tan elemental como es el acceso a una vivienda digna.

Y es que si la única opción para tener un techo bajo el que cobijarse y no arruinarse en el intento es pagar la vivienda ‘a tocateja’, aumentará la desigualdad y los jóvenes se verán obligados a prorrogar su dependencia y a demorar la formación de una familia, con las nefastas consecuencias que ello tendrá para el conjunto de la sociedad.