El patrimonio abandonado

La Fiscalía de Tarragona ha puesto el grito en el cielo por la situación de degradación en que se encuentra buena parte de nuestro patrimonio histórico y cultural, por la destrucción y el expolio que sufren estos monumentos, atentados que en demasiadas ocasiones cuentan, cuando menos, con el beneplácito y la complicidad de algunas administraciones, lo que hace que el asunto sea, si cabe, aún más sangrante.

No es de extrañar el enfado del Ministerio Público; un rápido paseo por los monumentos y bienes culturales declarados y que por lo tanto deberían gozar de protección basta para darse cuenta de la desidia con que se cuidan, en el hipotético caso de que se cuiden. El tema no es baladí; este patrimonio es un legado de nuestros antepasados, un fruto de nuestra historia, de nuestras creencias y vivencias que nos otorga identidad, toda vez que nos ayuda a saber de dónde venimos y, por tanto, quiénes somos. Y es que en Tarragona pareciera muchas veces que el patrimonio molesta, que es una especie de castigo que impide realizar grandes proyectos económicos, sin entender que es posible crecer sin destruir. El problema es que también en demasiadas ocasiones los políticos, alcaldes y alcaldesas están mucho más interesados en las inauguraciones, en los cortes de cintas y en las fotos, que en conservar y mantener.

Para esto es fundamental dotarnos de leyes que protejan el valor patrimonial de los bienes históricos y culturales. Pero la mejor norma se convertirá solo en papel si no logramos que los ciudadanos de este territorio conozcan y tomen conciencia de la espectacular riqueza que posee lo que tienen delante. Y, en este sentido, la tarea de divulgación y conocimiento se hace imprescindible. Porque el patrimonio histórico es riqueza. No solo económica, por su capacidad para traer un turismo cultural de calidad, sino también por ese incalculable valor intangible que tiene conocer nuestra identidad.