En 2025, la desinformación sigue siendo un gran reto social con graves consecuencias para la salud, el bienestar y los derechos democráticos de las personas. Desde la interferencia electoral en Estados Unidos hasta el negacionismo científico durante la pandemia, o la búsqueda de culpables tras la dana en España, las campañas de desinformación son utilizadas continuamente para sesgar la opinión pública, polarizar al electorado y destruir cualquier noción de realidad compartida. No todo el mundo se ve afectado por igual.
Por ejemplo, según estudios llevados a cabo en Estados Unidos, los votantes de extrema derecha son los más susceptibles a la desinformación: están varias veces más expuestos a ella y son más propensos a compartirla en sus redes sociales que los votantes de centro o de izquierdas.Nuestro comportamiento online responde a una necesidad de vincularnos con nuestra audiencia. Invertimos muchos más recursos cognitivos en tomar decisiones que involucran valores identitarios. Quizás porque, al mencionar estos valores, se crea una situación crítica que nos obliga a posicionarnos a favor o en contra.
Compartir una publicación con un posicionamiento claro sobre la inmigración muestra a los demás que estamos totalmente alineados con el grupo. Por lo tanto, cumple una función social: es una manera de reafirmarse como miembro de un grupo. Es más, cualquier miembro de un grupo con unos valores identitarios claros, no solo con ideología de extrema derecha, se reafirma mediante su posicionamiento en las redes. Las personas tenemos motivaciones partidistas para compartir desinformación. Y eso es algo que deberían tener en cuenta las intervenciones diseñadas para parar la difusión de desinformación.
Cultivar el espíritu crítico y contrastar información puede servir para combatir la desinformación en general, como se enfatiza desde instituciones como la comisión europea, pero ya se ha visto que no ofrece soluciones a corto plazo. Para aquellos con posiciones ideológicas extremas, es necesario buscar soluciones que tengan en cuenta los vínculos con su grupo y abordar su desconfianza en la sociedad. El desprecio por las élites, la ciencia y el periodismo nos han dejado desnudos ante la avanalcha de los extremos.