La exclusión de la Unión Europea (UE) del proceso de paz en Ucrania por parte de Estados Unidos y Rusia redefine su papel en la geopolítica actual. Washington prioriza sus propios intereses estratégicos y económicos en Europa, alineándose temporalmente con Moscú en foros como la Asamblea General y el Consejo de Seguridad de la ONU. Esto ha relegado a la UE a un rol meramente financiero en la reconstrucción de Ucrania, sin capacidad de influencia geopolítica, pese a haber sido un actor clave en el conflicto. La posible formalización de concesiones políticas, como el reconocimiento de la soberanía rusa sobre Crimea, y las regiones de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia, todas ricas en recursos naturales, a cambio de acceso preferente de EEUU a minerales estratégicos en Siberia –particularmente en los yacimientos de Tomtor y Zashikhinskoye, así como en la mina de cobre de Udokan– demuestra la marginación europea en la toma de decisiones globales.
La insistencia de Kiev por ingresar en la OTAN choca frontalmente con Rusia, que considera cualquier expansión de la organización, especialmente la de un país vecino, como una línea roja infranqueable. Pero algo se mueve en Europa. El Reino Unido de Keir Starmer busca fortalecer el apoyo europeo a Kiev y evitar su aislamiento diplomático, aunque su margen de maniobra es limitado debido a la reconfiguración geopolítica impuesta por EEUU y Rusia en suelo europeo. Y ayer el presidente de Francia, Emmanuel Macron, anunció que la capacidad nuclear francesa -la disuasión del arma nuclear- podría ponerse al servicio de la defensa de Europa. La propuesta francesa no es una novedad pero es una buena noticia. La UE tiene que mover ficha. Si Kiev no logra estructurar un respaldo sólido –Von der Leyen mencionó la posibilidad de adhesión a la UE antes de 2030–, corre el riesgo de colapsar como Estado (Estado fallido), lo que representaría una amenaza directa para la estabilidad de la UE debido a la crisis geopolítica y económica en sus fronteras. Con Rusia y China liderando una integración sin imposiciones políticas, la UE enfrenta el desafío de mantener su relevancia en un orden global en transformación. Pero su estrategia errática la hace oscilar sin rumbo claro entre frentes geopolíticos cada vez más definidos.