La OTAN cierra filas

La cumbre de la OTAN, celebrada en Madrid, ha sido un éxito, lo que significa que en esencia ha sido un fracaso: la aceptación de que vivimos en un mundo peligroso, violento y convulso, en el que un gobernante puede invadir un país vecinos en nombre de la nostalgia de unas fantasías imperiales y de la política de bloques de la Guerra Fría. Si la paz se ve obligada a garantizarse mediante la potenciación de las estructuras militares, es señal de que la solución acaba siendo el problema, o tal vez de que el problema no tiene solución.

La puesta en escena de la cumbre de la OTAN, con la invasión rusa de Ucrania como telón de fondo y Estados Unidos como artista estelar, ha tenido un componente de teatralización, como si los acuerdos a los que se ha llegado allí supusieran la solución expeditiva para un problema que quizá históricamente carezca de solución. Esto no quita que todos los países implicados tuviesen el deber de llegar a esos acuerdos para proyectar ante el mundo una imagen de seguridad y fortaleza frente a los envites actuales de Vladímir Putin. Y también frente a los envites venideros.

Entre estos últimos se cuenta el que más preocupa de todos a Occidente: lo que China tenga en mente con respecto a Taiwán. La región del Indopacífico será una de las nuevas vías geoestratégicas de la OTAN para frenar las ambiciones políticas, económicas y militares de China, a la que la Alianza considera ya una «amenaza sistémica». Así lo establece el Concepto Estratégico aprobado en la cumbre.

La OTAN ha cerrado filas para protegerse ante amenazas externas y ha sacado adelante su estrategia para los próximos diez años, en la que garantiza que defenderá «cada centímetro» del territorio de todos sus socios y que ha pasado de considerar a Rusia como socio estratégico a su mayor amenaza actual.