Preservar la sanidad pública

El auge de la sanidad privada en Catalunya es reflejo de una cultura instaurada con fuerza en este territorio, pero no deja de ser una reacción al deterioro de la calidad asistencial que en los últimos años se ha instalado en el sistema público de salud fruto de decisiones políticas y de recortes. Una situación agudizada con la pandemia, lo que ha disparado el descontento con una sanidad que en su día fue exhibida como un emblema y que ahora constituye una de las mayores preocupaciones de los ciudadanos.

La endémica falta de médicos –especialmente angustiosa en la Atención Primaria y que repercute en el resto de la red, empezando por las urgencias hospitalarias– se une a una demanda al alza tanto por el paulatino envejecimiento de la población como por los efectos colaterales de la Covid, lo que derivado en una tormenta perfecta que ha tensionado hasta el extremo un sector con una plantilla desbordada y exhausta tras la crisis del coronavirus, sin que se vislumbren signos de mejora en el horizonte.

En efecto, la realidad habla de colapso en los centros de salud, de carencias de recursos y de elevadas demoras en la atención asistencial. Ante este panorama, los más pudientes recurren a la sanidad privada en busca de una atención más inmediata en muchos de los casos, lo que sin duda incrementa la desigualdad en un asunto tan trascendental como la salud de las personas. Como dice el presidente del Col·legi de Metges de Tarragona, Sergi Boada, «lo ideal sería que la sanidad pública lo cubriera todo». Y a eso hay que aspirar, eso hay que exigir.

Es verdad que ni se trata de un problema específico de nuestra comunidad ni existen varitas mágicas para arreglarlo a corto plazo. Pero ello no es óbice para buscar soluciones que frenen cuanto antes la peligrosa deriva en la que se halla la sanidad pública catalana, un pilar básico del modelo de bienestar. Hacerlo debe ser una prioridad de país.