Un sistema de salud global y universal

Una de las mejores cosas que tiene nuestro estado del bienestar es el sistema público de salud y su universalidad, que garantiza a todos los ciudadanos, más allá de su condición social, educativa o económica, una atención de calidad. Sí, a pesar de las carencias que padece, a pesar de los recortes que ha sufrido, a pesar de la endémica escasez de recursos, nuestra sanidad pública funciona relativamente bien, en gran medida gracias al sobreesfuerzo de los profesionales que trabajan en ella.

Así lo entienden también los ciudadanos, como demuestra el último Informe del Sistema Nacional de Salud publicado esta semana por el Ministerio de Sanidad con los datos disponibles hasta septiembre de 2021. Y es que si antes de la pandemia la valoración del sistema sanitario público por la población se situaba en 6,7 puntos sobre 10 (año 2019), en este último informe la valoración está por encima de 7 sobre 10 y, en concreto, la Atención Primaria recibe una valoración de 7,3 y la actividad de los hospitales se valora con 7,1 puntos.

En efecto, cualquier persona que se enferme sabe que puede acudir a un centro de atención primaria o a un hospital y que será bien atendido. Sin embargo, la cosa cambia cuando se trata de solventar otros problemas de salud cuyo coste no cubre por completo la Seguridad Social y que requieren un gasto en ocasiones notable que no todos los ciudadanos están en condiciones de poderse permitir. Hablamos de la salud bucal, de la salud visual, de la salud auditiva... de la salud, en definitiva. En este sentido, el sistema tiene ante sí un reto de enorme envergadura, pues no poder pagarse un tratamiento bucal puede derivar en problemas más graves, como no poderse pagar unas gafas representa, además de un problema de salud, un obstáculo para el desarrollo de la vida social y laboral de muchas personas. La universalidad también en estos temas evitaría mucha desigualdad.