El 'caso Urdangarín' hacia su desenlace

Urdangarin ha compendiado sin saberlo todo lo detestable

19 mayo 2017 23:58 | Actualizado a 20 mayo 2017 21:38
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El ‘caso Urdangarin’ camina con normalidad hacia su desenlace, como uno más de los episodios detestables de corrupción que han caracterizado a determinada etapa expansiva de la vida pública en que la pérdida de los principios ha ido de la mano de una euforia económica que tenía los pies de barro, como ha podido comprobar con dolor e indignación la opinión pública de este país. En este trayecto demasiado largo del caso judicial, que comienza en 2010 como derivado del ‘caso Palma Arena’ y aún avanza hacia la depuración de responsabilidades, se ha llegado a un momento decisivo, como es la presentación del escrito de acusación del ministerio público. El fiscal anticorrupción Horrach pide penas muy abultadas para los principales implicados -Urdangarin, casi 20 años; Matas, 11 años- y sin embargo exonera de toda responsabilidad penal a la infanta Cristina, quien sin embargo tendrá que declarar como testigo y habrá de abonar una indemnización de 600.000 euros por lucrarse del dinero ilegal logrado su esposo, aun sin conocer la trama delictiva según el acusador público.

La polémica sobre si hay o no verdaderos indicios que señalen a la infanta lleva muchos meses en los medios y en los circuitos forenses y no tiene sentido abonarla más. Fatalmente, si no se sienta en el banquillo, se propagará la especie de que ha habido favoritismo. Pero si finalmente es juzgada junto a su esposo y sus cómplices, no ocurrirá nada relevante políticamente.

Y este es el elemento del análisis más significativo en estos momentos: la Corona, que tan involucrada se vio en el arranque de este escándalo, ha superado la delicada coyuntura y hoy aparece al margen de un asunto oscuro que cerró un largo reinado en que sin duda hubo muchas más luces que sombras pero en el que también hubo episodios de densísima negrura política que se han disipado con la pertinente abdicación y la correspondiente sucesión en la jefatura del Estado.Conviene anotar -y hay que decirlo con delicadeza, para no romper los sutiles equilibrios- que si la Corona fue problemática en la fase final del reinado de don Juan Carlos, el relevo ha sido balsámico. El sucesor, bien entrenado durante décadas, ha dado con tanta discreción como firmeza una serie de pasos que han reubicado la institución, y en este movimiento ha quedado en lugar muy lateral el escándalo del cuñado, que representó un sainete delictivo muy de otra época, impropio de un régimen moderno y transparente. Porque, en realidad, Urdangarin ha compendiado sin saberlo todo lo detestable de un modelo terminal de oscurantismo predemocrático en que la influencia sustituye al mérito y la trapacería al Derecho, al mercado y a la competencia.

Hoy, el final de esta historia, con procesamiento o no de la infanta, es simplemente un paso más hacia la inexorable regeneración, que no vendrá de la mano de cuatro leyes de laboratorio sino de una reforma constitucional a fondo que, entre otras cosas, renueve y depure el sistema representativo. En ese trayecto, ha sido clave la voluntad de transparencia de la Corona, que se ha puesto ejemplarmente al frente de la transparencia, ha renunciado a todos los privilegios y ha reducido al mínimo el núcleo familiar que vive a la sombra del Rey. En este proceso, lo saludable sería que la infanta respondiera ante los jueces de su implicación en el caso, dispuesta a renunciar expresamente a los derechos dinásticos si el tribunal encontrase algún reproche moral fundado en su conducta.’

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