Felicidad en la vida y el deporte

Y esto no va sólo de superdeportistas, sino de la vida misma. Cada cual debe encontrar su fuente de satisfacción y aprovecharla

11 agosto 2021 08:29 | Actualizado a 11 agosto 2021 08:33
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Durante estos días olímpicos hemos visto los rostros de felicidad de los atletas tras el esfuerzo y no necesariamente vinculados a medallas o a éxitos. A veces sólo al orgullo de haber superado las propias metas y haber llegado a lo mejor de lo que el deportista era capaz. A menudo hablamos mucho de la tensión, el estrés, la competición despiadada, la frustración por la derrota y el precio que hay que pagar por la necesaria autoexigencia extrema, pero hablamos poco de la satisfacción que produce el esfuerzo bien hecho o, al menos, bien trabajado.

La felicidad de Sandra Sánchez, con su excepcional oro en kárate, es fácil de entender, como todos los que tocan podio. Pero aquí queremos reivindicar a los otros, a quienes, como la atleta soriana Marta Pérez Miguel, «solo» logran la medalla interior de superarse a sí mismos. Su alegría, tras conseguir pasar a la final de 1.500, es toda una lección. Marta declara entusiasta: «Poder volver a correr con lo bien que me lo estoy pasando, es una maravilla». Me parece que insistimos poco en esta explosión de vitalidad que resulta del esfuerzo, y, también, del estrés bien gestionado. Estos son los valores que fomenta el deporte y  hay que cultivar.

Especialmente ejemplares han sido, a este respecto, los chicos del skateboard. Quizás porque era su primer año como disciplina olímpica, lo que proporciona un escaparate nuevo a sus habilidades, no había participante que no salieran de la pista de «park» sin una sonrisa de oreja a oreja. Incluso los que terminaban en el suelo, tras fallar alguna acrobacia. La sensación de haberlo pasado bien, de gozar con cada vuelo, con cada hazaña, con cada truco. Me han recordado a Pau Gasol, a quien debemos buenos momentos. Cada vez que la selección de baloncesto debía enfrentarse a Estados Unidos, un rival aparentemente superior, animaba al público a participar y  disfrutar. Porque afrontar retos que te pongan a prueba es una satisfacción en sí mismo, si son honestos y no perjudicas a otros. La derrota duele, claro. Y, si no se brilla a buena altura, la decepción pesa. Pero cada dificultad es una oportunidad que  se debe intentar aprovechar. Y luego lamerse las heridas, si hace falta, o darse cariño para superar la desolación del fracaso. 

Y esto no va sólo de superdeportistas, sino de la vida misma. Cada cual debe encontrar su fuente de satisfacción y aprovecharla. Mi abuela era ama de casa, pero encontraba su felicidad en diseñar sus propios patrones y colchas de ganchillo, que realizaba con esmero para sus hijas y nietas. Aquello le daba la vida que no encontraba en la cotidianidad monótona y sacrificada. Es algo que está, por tanto, al alcance de casi cualquiera. De cualquiera que no se deje adormecer con los cantos de sirena del conformismo y de la pereza.

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