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    Cloacas de lujo

    Lo de llenar el mar de mierda ya se le ocurrió a la Humanidad bastantes siglos antes del nacimiento de Cristo

    28 junio 2022 09:59 | Actualizado a 28 junio 2022 10:01
    Ángel Pérez Giménez
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    ¡Hola, vecinos! La RAE recoge el término cloaca con tres acepciones: una, conducto por donde van las aguas sucias o las inmundicias de las poblaciones; dos, lugar sucio, inmundo; tres, porción final, ensanchada y dilatable del intestino de las aves y otros animales, en la cual desembocan los conductos genitales y urinarios –lo que viene siendo, en lo zoológico, una especie de culo para todo–. Cualquiera de las tres, un asquete. Puargh.

    Los etruscos desarrollaron sistemas de canales para recolectar diferentes flujos de agua. Los romanos asimilaron y mejoraron aquellas técnicas. Y, a lo largo de la historia, los humanos han gestionado las aguas residuales de diferentes formas, aplicando constantes avances –los que han podido aplicar avances– sobre el sistema de saneamiento.

    Todos sabemos algo de la Cloaca Máxima de Roma –la ‘Alcantarilla Mayor’–, el canal a cielo abierto que recogía las excrecencias de las colinas que rodean la ciudad y, de paso, las correspondientes al Foro Romano, echándolas todas al Tíber para acabar en el mar. Aún sigue en funcionamiento la Cloaca Máxima, 2.500 años de servicio público. Lo de llenar el mar de mierda ya se le ocurrió a la Humanidad bastantes siglos antes del nacimiento de Cristo. Resulta extraño que todavía queden mares en el planeta Tierra. Admirable el empeño marino en sobrevivir.

    También algunas cloacas romanas continúan todavía en uso en distintos puntos de la Imperial Tarraco, aunque una de las cloacas principales de la ciudad corresponde a la canalización tardo republicana de una de las torrenteras naturales que drenaban la colina tarraconense. Caesaraugusta, la Zaragoza romana, llegó a tener una red de cloacas de 15 kilómetros y hoy apenas quedan 600 metros. La web del ayuntamiento de la ciudad ofrece la posibilidad de una visita virtual que recoge los datos obtenidos del trabajo arqueológico municipal en las cuatro últimas décadas y, también, el desarrollado por la iniciativa privada en los solares del centro histórico. Se pueden conocer 37 tramos de cloaca romana, sumando entre todos los 600 metros lineales, un 3% de lo que fue en su integridad.

    Hay una acepción del término cloaca que no recoge la RAE. Tan antiguas como las etruscas y las romanas, tan antiguas como el mundo, tan extendidas por la faz de la Tierra como las pandemias, los conflictos, las plagas. Se conocen como las cloacas del Poder. ¿Qué son las cloacas del Poder? Pues esa red por la que circulan los detritus de la política, del empresariado, de la banca, de las grandes corporaciones, de los lobbies, de las mafias, de los medios de información, de la seguridad de los Estados, de las organizaciones internacionales gubernamentales o pseudogubernamentales, en fin, las heces de lo peor de cada institución, entidad, grupo o movimiento.

    ¿Las cloacas del Poder son subterráneas, fétidas, inmundas, oscuras, insanas, cochambrosas como corresponde a su condición de cloaca donde se junta la peor calaña, a la que miras a la cara y te rilas tú mismo patas abajo? Como diría mi yaya: ‘¡Bien, sartén!’. O sea: ni de coña. Las cloacas del Poder se reúnen en hoteles como el ‘Hotel Rosewood Villa Magna’ de Madrid o en la sexta planta de Génova 13 ( «Aquí estamos solo Mariano y yo. Y ahora no está, así que no hay nadie». Cospedal dixit a Villarejo) o en el restaurante costero de la familia de alguien que aprovecha para hacer caja –téngase en cuenta que eran dos mesas: la de los conspiradores y la de los agentes de la Unidad de Delincuencia Económica de la Guardia Civil que les grabaron con micrófonos direccionales y que algo tendrían que comer para disimular–. ‘A Zaragoza, ni puto caso’ se fraguó ahí, en Vilanova i la Geltrú, y resuena como un campano en mi dura sesera de puto maño. Qué manía con vincularnos al ejercicio de la prostitución. Y con que, además de putas, pongamos la cama.

    Quienes se mueven por las cloacas del Poder no dan imagen de siniestros seres capaces de manipular a su arbitrio el devenir de las cosas. Salvo excepciones. El excomisario Villarejo algo apunta cuando se calza la gorra y se parapeta tras gafas de sol y una carpeta que le tape el bofe. Pero Cospedal, Fernández Díaz el exministro del Interior del PP que habla con su ángel ‘Marcelo’ desde que fue atropellado en Zaragoza (el ángel, no. A quien atropellamos sin querer fue a don Jorge), el presidente de la Diputación Provincial de Girona, el del COE, Artur Mas, Gerard Figueras... suelen ser humanos repulidos, con poca cara de pocero recién salido de las letrinas. Cargos con su toque de distinción, su coche oficial, su traje bueno.

    Las cloacas del Poder son cloacas de lujo, como el título de la novela de Belén Montero. Mullidas alfombras, plantas nobles, marisquerías. Sugiero crear la Ruta Turística de las Cloacas del Poder. Una especie de Al Ándalus Expreso De Luxe, por toda España.

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