Cuando llegué a Tarragona una de mis primeros pasos fue ir al Col·legi de les Teresianes. Debía una visita al lugar donde estudió como interna mi tieta Pepita, hasta que falleció a los 18 años, diez días antes de que Josep María y yo naciéramos.
Esta emoción personal se mantiene cada vez que paso ante al majestuoso edificio de la Rambla Nova que –leo en el ‘Diari’- acaba de cumplir cien años. ¡Qué bella arquitectura de ladrillo, arcos parabólicos en fachada y columnas gaudinianas en el interior antes de acceder a la preciosa capilla!
Me alegro de la iniciativa de sus religiosas de abrir las puertas a la ciudad para que sea un lugar más conocido. Debemos mostrar las joyas modernistas, pues el tesoro de Tarragona no solo contiene joyas romanas.