David Lynch era un personaje fascinante. Era un hombre con mucho foco en todo lo que hacía, y lo demás le daba igual. Dentro de este enfoque minimalista de sus intereses hay uno que comparto. No llego a sus niveles, pero me voy acercando: Lynch comía y cenaba todos los días lo mismo, exactamente lo mismo. Mi entorno insiste en hacerme comer desde que nací. Ojo, me encanta comer. Pero poco. A veces una galleta. A veces un trozo de queso. A veces un huevo frito. Pan con aceite y sal. Un bikini. Mi entorno se sorprende cuando ve mi comida o cena día tras día, pero es que me gusta comer así y me ayuda mucho mentalmente. Lynch contaba en una entrevista que no prestar atención a la comida le hacía no distraerse, y tiene toda la razón. Por supuesto que se pueden comer cosas historiadas, sabores de morir o preparaciones de filigrana, pero nuestro cuerpo lo que quiere básicamente es comida, y el resto es lo que quiere nuestro cerebro. No hablo de regímenes, hablo de comer insistentemente lo mismo porque es lo que me apetece. Pero mi problema es Francia. Tengo un problema francés, porque Francia insiste que comer poco es inadmisible, porque allí se come mucho y bien. Un gigot d’agneau de dimensiones paleolíticas jugoso y rojizo y yo soñando con mi pan con aceite DO Siurana y un huevo poché, no lo acepta la République. Muy napoleónico el problema.
Comer
07 febrero 2025 21:52 |
Actualizado a 08 febrero 2025 07:00

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