En Japón existe una tradición milenaria, el Kintsugi, que consiste en reparar los objetos rotos con oro en polvo e imagino que un pegamento. Lo roto, la cicatriz, se transforma así en una fuente de belleza y de valor. Las roturas crean un mapa en la superficie de esa jarra, copa, madera, mueble, vasija, para darle una personalidad única. Si nadie se baña dos veces en el mismo río, que decía Heráclito, nadie se rompe dos veces de la misma forma. Cada rotura es diferente, cada cicatriz única. En lugar de ocultarlo, en el país del sol naciente, lo muestran con la rotundidad del metal más noble del universo. Crean un objeto nuevo con los pedazos del viejo. Y ese nuevo no es la suma de las piezas, es algo diferente. Este mes de agosto he visto muchas cicatrices. Una amiga que se ha roto, la sanidad pública funcionando (y haciéndolo de maravilla), antiguos dolores reaparecer y el coraje de luchar contra el temor último. El Kintsugi es también una filosofía de vida. Al recoser una herida, al bañarla de oro, se acepta y se mima. He visto a mi amiga Concita de Gregorio bañar con el oro de su pluma su herida más profunda, y salir de este mes de agosto más bella. No más fuerte ni más invulnerable, sino más bella.
Concita
21 agosto 2024 21:01 |
Actualizado a 22 agosto 2024 07:00
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