El 19 de noviembre es el Día Mundial en Recuerdo de las Víctimas por Accidentes de Tráfico. Lamentablemente, todos tenemos algún caso en mente. Aquel familiar, amigo o conocido que, de repente, se esfumó de nuestras vidas presa del asfalto, fuera por el motivo que fuera. Los móviles en mano son un riesgo enorme. El exceso de velocidad tienta la suerte a diario. La somnolencia pone en jaque a miles de conductores. Las carreteras en mal estado lo ponen extremadamente difícil. Las imprudencias ocurren a diario. Y luego está la suerte. La maldita mala suerte, que hace que de sopetón, sin comerlo ni beberlo, llegue el día de despedir a alguien de esa forma tan dolorosa. Pararse un momento y destinar un día a recordar a aquellas personas que nos han dejado en la carretera es algo, creo, importante. Siempre vamos ajetreados. No está de más dedicar unos minutos a la memoria de aquellos que ya no están. Y más por un motivo tan doloroso como este, que nos arrebata la vida en un abrir y cerrar de ojos.
Creo, como decía, que es relevante poder reservar, de vez en cuando, un día, mundial o no, para un tema concreto que se merece una reflexión, una reivindicación. El día mundial del alzheimer, el día mundial de los cuidados paliativos o, mucho más banal, incluso puede tener sentido el día mundial de la sonrisa. Pero, si bien algunos son necesarios, otros pertinentes y otros incluso curiosos, permítanme que vaya a aspectos más mundanos y me pregunte qué tiene de relevante el día mundial del váter o el día mundial del origami. El de ayer era importante y tenía todo su sentido, así que un recuerdo para nuestras víctimas de accidentes de tráfico.