Educar a bofetadas

Estos días se están prodigando noticias que reflejan que, lejos de avanzar hacia un mundo más civilizado, se impone cierto grado de involucionismo. O sea, que retrocedemos.

El último ejemplo nos lo brinda el líder del partido ultraconservador polaco Confederación, Slawomir Mentzen, quien el viernes defendió cambios legales que autoricen los castigos corporales a los hijos en el seno de la familia «si no dejan marcas o afectan a órganos vitales» –qué considerado, ¿no?–, para inculcarles disciplina.

Sí, a mí también me han venido a la mente escenas de comisarías de otros tiempos –e incluso algunas de estos tiempos en otros países–. Este señor, padre de tres hijos a los cuales desde aquí compadezco, aclara que «una cosa es golpear a un niño en los riñones o con una barra de hierro y otra son golpes leves».

Vaya, menos mal. Y argumenta su propuesta en supuestas «investigaciones que muestran que los niños que sufren azotes tienen menos problemas que quienes no reciben ningún castigo». Permítanme que lo dude, pero conozco demasiados ejemplos que desmienten estos estudios a los que se refiere Mentzen. No creo en la violencia como método educativo.

Es más, he visto cómo quien crece entre azotes y bofetadas acaba viendo esto como algo normal y deriva en un individuo violento.

Quizá peque de buenismo, pero, qué quieren que les diga, yo apuesto más por tratar de convencer, de razonar.... Aunque, claro, lleva más trabajo.

Y me temo que una bofetada tiene más de desahogo para quien la da que de educativo para el que la recibe. En fin...