El empacho de Béjart

Maurice Béjart, extraordinario bailarín y coreógrafo, dejó París con su ‘troupe’ y se instaló en Lausana porque, dijo, «París es demasiado atractivo y nos distrae en nuestro trabajo».

Algo parecido le pasaba a Mark Twain, que se encerraba en una rotonda de su jardín para que nada le molestara mientras escribía sobre Huckleberry Finn. Dostoievski fue una excepción, pues escribía delante de la cristalera que daba a la Nevski Prospek de San Petesburgo para extraer de los paseantes personajes para sus novelas. Por lo general, los creativos como Béjart huyen de las tentaciones del mundo, convencidos de que les entretienen las frivolidades del mundo que les rodea.

La sociedad actual, entre otras cosas, es una creadora de distracciones para sus ciudadanos, hasta el punto que los más débiles, los adolescentes, se pueden entregar con pasión a las tentaciones de una oferta que les aparta de sus obligaciones y les sumerge en un universo fantástico y habitualmente falso. Es el empacho del que Béjart huyó con buen tino para dedicarse a crear nuevas obras para su compañía de ballet.

La facilidad con que se cae en los atractivos que la tecnología nos brinda en la actualidad nos compara con los nativos americanos que se sentían fascinados por los espejos que les ofrecían los conquistadores a cambio de oro. No exagero.

La realidad virtual –un nombre perfecto para describir un viaje a otro mundo– así como la inteligencia artificial son herramientas óptimas en su buen uso y para el avance de la medicina, la astronomía, la física y otras ciencias que buscan prosperar, pero se aprovechan también para el entretenimiento y la evasión.

Y en este ámbito los humanos podemos caer, y caemos, en el descontrol. Curiosamente, este descontrol va en la dirección opuesta a lo que se proponen sus creadores, la búsqueda de una mejora de la calidad de vida.

No he escuchado todavía a ningún dirigente político hablar de los riesgos de los avances tecnológicos, en especial en los jóvenes, y cómo dar con fórmulas para que estén informados no sólo de su existencia, sino de sus peligros en el abuso de ello. Despertarán nuestros políticos, me temo, tarde y tal vez mal, lo que no deja de ser decepcionante. La formación de nuestros jóvenes ciudadanos no avanza para estar al día y asimilar cuanto se nos ofrece. Y desearía estar equivocado.

Uno de los graves problemas que una inadecuada canalización de estos avances es lo que podríamos llamar la «desensibilización» juvenil que deifica las oportunidades de la técnica mientras no construye una personalidad con su carga emotiva, sus criterios éticos y un sentido social de sus vidas. Una vez más, este problema nos delata otro que le precede, como es la formación de los formadores. Una formación en constante evolución, adaptada a las nuevas realidades.

En este sentido, el ámbito familiar debiera correr parejo con el formativo escolar y universitario para evitar el empacho colectivo que nos lleve a una futura sociedad deshumanizada y, en consecuencia, desequilibrada. Ser humano es apasionante y nada aburrido.