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    Qué bien se está aquí, huyamos

    03 febrero 2023 14:06 | Actualizado a 04 febrero 2023 07:00
    Josep Moya-Angeler
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    Un veterano periodista francés, en una recepción que daban a Sean Connery, abundante en caviar y ostras, me tiró de la manga de la chaqueta y me dijo: «Qué bien que se está aquí. Huyamos». Y nos fuimos. Ya en la calle, sentados en un banco, ahítos de frío, me dijo que nuestra sociedad fabrica confort, distracciones, necesidades absurdas, amantes incluso, músicas hasta en los supermercados, deportes inútiles, juegos y adivinos durante las madrugadas por si acaso nos despertamos a medianoche, para que nuestra mente crea que la sociedad del bienestar es el desiderátum del que hemos de sentirnos orgullosos. Y que conviene huir de tanto ruido para vivir lo que importa de la vida.

    A los pocos días, recuerdo que Charles Aznavour me dijo en su casa de la Provenza que fuera a ver a Pierre Cardin, que vivía cerca. Tras la visita, telefoneé a Aznavour y me preguntó: «¿Qué le ha dicho Cardin?». «Nada», le respondí. «¡Perfecto!», replicó el armenio, y me colgó. Me costó comprender qué había ocurrido. Porque para ver a Cardin entré en el pueblecito de Lacoste, silencioso y cargado de historia, con la sombra de Sade por doquier.

    Compré un librito sobre Sade y descubrí un mundo nuevo de sensaciones. Lo que Aznavour y Cardin querían era enriquecer mi pobre cultura y hacerme pensar, que es el don privilegiado de los humanos. En la Provenza, país de silencios y de la nada, todo fluye maravillosamente y el simple hecho de respirar el aroma de su lavanda ya nos embriaga. Este dolce far niente de la naturaleza es inspirador.

    La televisión e internet son el mayor engaño en el que podemos caer si consideramos que así participamos de la realidad de la vida, cuando lo que hacemos es aparcar la vida

    Un conocido periodista, Avel·li Artís (‘Sempronio’), tenía en su casa, llena de cuadros, una enorme pared en blanco. «Es la pared de mi esposa –me dijo un día–, que se pone ante ella para meditar». El blanco inspira miedo a muchos, porque es como el vacío y obliga a trabajar al cerebro. Pienso que la acrofobia también tiene algo que ver con el vacío. En una pared, el blanco es como los silencios en la música: genera formas, más música, ideas, reflexión a fin de cuentas.

    Y aunque es cierto que cuando pensábamos menos éramos más felices, considero que dado que el ser humano sólo utiliza el diez por ciento de su capacidad intelectual, debemos al menos sacar jugo a ese diez por ciento para intentar agrandarlo aunque sólo sea un poco.

    Los hay que se obstinan en no hacerlo, en el ‘ir tirando’ y que ‘la vida decida’, cuando la vida en realidad es lo que uno quiere que sea y ella no decide nada, no nos engañemos y echemos la culpa a una entelequia. Es el conformismo, padre de tanta miseria humana e incluso traiciones. «Que todo cambia para que todo siga igual», decía Lampedusa.

    La televisión e internet, que en el fondo son una misma cosa, transmitir, comunicar vacuidades, son el mayor engaño en el que podemos caer si consideramos que así participamos de la realidad de la vida, cuando lo que hacemos es aparcar la vida para caer en la trampa de estar ocupados en una ficción.

    Dado que el ser humano sólo utiliza el diez por ciento de su capacidad intelectual, debemos al menos sacar jugo al diez por ciento para intentar agrandarlo aunque sólo sea un poco

    Si convertimos estos dos medios en herramientas a nuestro servicio (ver y relacionarnos para enriquecernos), habremos burlado a los que se empeñan en que «lo moderno –dicen los ignorantes o los malintencionados– es estar ahí para saber qué pasa» cuando lo importante es saber qué queremos hacer y que nos pase a nosotros.

    Desde aquella fiesta con caviar y ostras, cuando me siento cómodo en un ambiente de distracción y evasión, me levanto y repito emulando a aquel francés: «Qué bien estoy, huyamos», y retorna a mi mente la inquietud por otras cosas que creo que pueden ser interesantes. No sé si lo consigo, pero se intenta.

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