El encanto del Gordo

El Sorteo Extraordinario de Navidad de la Lotería Nacional tiene algo especial que lo convierte en un evento no exento de cierta magia. Quizá sea por la parafernalia que lo rodea, por el peso de la tradición o porque es el acto que abre de forma oficiosa los días festivos más entrañables del año. Alguna explicación debe haber para que un sorteo cuyos premios no son nada del otro mundo en comparación con otros juegos –la Primitiva, el Euromillones...– que dan mucho más por mucho menos resulte tan popular y atractivo. Para mí la magia y el encanto del Gordo se halla en ese compartir tan característico de este premio, en todas las historias humanas que lo rodean, en la alegría contagiosa de ese inmigrante que llegó en patera, que eligió la terminación en 4 porque es el día que cumplen años él y su mujer y que ahora sueña con comprarse una casa; en la euforia de ese club deportivo que ha arreglado un poco la vida de sus sufridos seguidores; en la justicia poética que se esconde en el décimo que le tocó a un hombre enviado recientemente al paro; en el alivio de toda esa gente que no se jubilará pero que ha ganado lo suficiente para tapar algunos agujeros... Sí, ver a todas esas personas felices ya merece la pena de quienes, como es mi caso, tratamos de consolarnos, como ya es costumbre, con el latiguillo de que «al menos, que tengamos salud», mientras esperamos al año que viene para ver si la diosa Fortuna tiene el acierto de fijarse en nuestro décimo. Que ya sería hora.