El salvaje Oeste

En algunos aspectos la humanidad ha avanzado muy poco, cuando no ha retrocedido. Es la reflexión que me suscitan las medidas adoptadas por el primer ministro israelí, Benyamin Netanyahu, para hacer frente a los ataques de ‘lobos solitarios’ palestinos: endurecer los castigos a las familias de los agresores –la ONU avisa que esa política «va en contra de la justicia, agudiza las tensiones y propicia una mayor violencia»–, reforzar la presencia militar en los territorios ocupados y relajar las medidas para el uso de armas por parte de los ciudadanos. O sea, que los civiles se armen para defenderse a tiros. La sociedad israelí ya está fuertemente armada, pero ahora el primer ministro planea aprobar más permisos, y desde la Policía se anima a quienes tengan licencia en vigor a que salgan a la calle con sus arsenales. O sea, que volvemos al salvaje Oeste. Más allá de que el señor Netanyahu olvida que es el Estado el que debe garantizar la seguridad de sus ciudadanos, el Gobierno israelí debería saber que el ojo por ojo puede dejar a todos ciegos y alimentar una espiral de odio y venganza que no acabará nunca. Gran parte de la sociedad civil de ese país y los patriarcas de las Iglesias de Jerusalén han advertido «contra la explosión de un ciclo de violencia sin sentido que solo traerá sufrimiento, atrocidades y terror, alejándonos de la tan ansiada paz que todos buscamos». Pero Netanyahu no es un hombre de paz; él prefiere seguir apelando a la fuerza. ¡Qué triste!