La subasta del insulto

Aunque por estos lares resulte difícil creerlo, hay por ese mundo de Dios parlamentos donde el insulto no es lo normal. De hecho, es tan raro que cuando a alguien se le escapa uno se convierte en noticia. Y no siempre negativa. Es lo que ha pasado en Nueva Zelanda, sorprendida porque la primera ministra, Jacinda Ardern, llamó «capullo arrogante» a David Seymour, diputado y líder del opositor partido neoliberal.

El insulto de la mandataria, que pronunció sin darse cuenta de que estaba abierto el micrófono de su escaño y por el que luego pidió perdón al líder de la oposición, quien aceptó la disculpa, ha impulsado una buena causa: bajo el título «Ardern y Seymour unen fuerzas por los capullos de todo el mundo», los dos políticos aparecen sonrientes en una serie de fotografías firmando la copia del acta en el despacho de la primera ministra, un documento que fue subastado por la Fundación contra el Cáncer de Próstata de Nueva Zelanda por 60.000 euros que ayudarán a la investigación sobre esta enfermedad.

Ya ven, aquí, donde el Congreso se ha convertido en una especie de taberna donde los insultos son el pan nuestro de cada hora, podríamos reunir tanto dinero como para acabar con el hambre en el mundo. Aunque lo realmente complicado en este país nuestro sería que un diputado pida perdón a otro, que este otro aceptara las disculpas y lograr una foto del ofensor y el ofendido sonrientes. Me temo que ni siquiera sería posible hoy, Día de los Inocentes.