La (triste) realidad

La ciencia es una aguafiestas. Eso deben de pensar esas personas que han visto desmoronarse en los últimos días algunos mitos en los que creían.

Y es que el afán verificador de esos profesionales entregados a la caza de fakes ha puesto de relieve que esos huesos de «antiguos gigantes de siete metros de altura» recuperados en un pueblo de Ecuador corresponden en realidad al esqueleto de un oso perezoso prehistórico. O sea, que no hay tales gigantes.

Y, puestos a ‘desfacer entuertos’, los científicos se desplazaron a la localidad japonesa de Asakuchi, donde monjes y fieles veneran a una criatura de unos 30 centímetros de largo, con cabeza y tronco de simio y cola de pescado. Su cabeza carece de ojos. Su boca está entreabierta en expresión de temor y muestra unos afilados dientes.

Los brazos flexionados colocan las manos a los lados de la cabeza como si quisiera taparse los oídos o los ojos. ¿Es un mono? ¿Una sirena? ¿Un mono con cola de sirena? Se desconoce su origen; una escueta nota asegura que fue pescada en 1740 en el océano Pacífico, frente a la isla de Kochi. Bien, pues los análisis han descartado que se trate de un animal. Es una obra de manufactura humana. O sea, un muñeco.

Pero a los fieles eso les da igual. Siguiendo aquel irónico lema periodístico que aconsejaba «que la realidad no te estropee un buen titular», ellos no permitirán que la realidad estropee su tradición. Así que la figura ha sido devuelta al templo, donde la siguen venerando. Cuestión de fe, supongo.