Un simulacro muy peligroso

Tarragona, un territorio que alberga tres centrales nucleares, un puerto, un aeropuerto y el polo petroquímico más potente del sur de Europa, sabe muy bien –o debería saber– lo necesarios que son los simulacros para estar preparados y saber cómo reaccionar ante cualquier emergencia, a pesar de que no es que por aquí se prodiguen demasiado, precisamente.

Pues sí, hay que hacerlos, y hacerlos bien, no sea que nos suceda como en Filipinas, donde un simulacro de incendio en un instituto acabó con 104 alumnos hospitalizados por desmayos y mareos, dos de ellos en estado crítico. Sí, tal cual. Unos 3.100 estudiantes participaron en el operativo.

Tenían que esperar en su aula hasta que sonara la alarma que daba comienzo al ejercicio, pero la sirena tardó más de hora y media en sonar, y los menores, divididos en grupos de unos 300, tuvieron que aguardar en las aulas, exponiéndose a las altas temperaturas de la clase –en el exterior se alcanzaban los 40 grados centígrados–, de tamaño reducido y sin ventilación adecuada.

Al parecer, el error se debió a una descoordinación entre el colegio y las autoridades locales, que no habrían sido informadas del simulacro de incendio –sí, suele pasar–. El caso es que si el simulacro acabó así, no quiero ni pensar qué sucederá el día que se produzca un incendio de verdad.

Dios no lo quiera.