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    Es inútil escribir

    06 agosto 2022 19:03 | Actualizado a 07 agosto 2022 06:25
    Josep Moya-Angeler
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    Jesucristo no dejó ningún texto escrito; con un palo trazó una única palabra sobre la arena y de inmediato la borró. Nunca se ha sabido qué palabra era. Buda tampoco dejó nada escrito, al igual que Sócrates. Cruel oficio el de los los llamados «plumíferos» cuando pensamos que tal vez sea inútil escribir. Y sin embargo, cada vez hay más gentes en nuestras latitudes que se lanzan a redactar libros, la mayoría de los cuales son sobre su misma vida, y no tienen sucesión en una segunda obra. Cavilo que habría que aconsejarles que escribir sobre uno mismo es una pretensión infumable y que mejor que un libro es ir al psicólogo y largarle lo que ha sido su vida y problemas.

    Me temo que los teclados y los mismos ordenadores son en buena parte culpables de la fiebre literaria que nos invade. Resulta tan fácil y limpio escribir y corregir con ellos que se atreve todo quisqui. Bien, eso de corregir es bastante pesado y muchos se lo saltan porque, dicen, la inspiración es sabia. No saben que eso de la inspiración es la excusa bella para evocar a las musas en lugar de avisar de lo duro que resulta corregir a fondo un original cinco o seis veces (eso lo hacemos los profesionales de las letras, con Jesús Moncada al frente).

    Me temo que los teclados y los ordenadores son en buena parte culpables de la fiebre literaria que nos invade. Es tan fácil y limpio escribir y corregir con ellos que se atreve todo quisqui

    La otra cara de la moneda es el lector. ¿S e escribe para ser leído? Dudas. ¿Se compra un libro y se acaba leyéndolo realmente? Mayores dudas. Peor es si compra lo que ha escrito –o le han escrito– un famosillo que sele por televisión. Ser un busto parlante no garantiza soltura con la pluma. Además, el lector, juez cruel que sería incapaz de escribir lo que ha leído, se alza como crítico y sentencia sobre la calidad del autor. Mucho peor es cuando el lector se convierte en fervoroso fan del autor y como un tifoso (enfermo) acosa al escritor en ferias, conferencias y otros actos. Desde este punto de vista comprendo perfectamente a Fernando Fernán Gómez cuando le espetó a un fanático: «¡A la mierda!» para sacárselo de encima.

    Entiendo perfectamente a los psiquiatras cuando recomiendan a algunos enfermos que escriban lo que piensan o lo que sienten, como una terapia, porque obliga al paciente a analizarse o a sacar los demonios internos. Pero esos tratamientos no son aplicables al escritor que escribe en un goce por crear personajes, analizar la sociedad, crear historias que ahondan en sentimientos y reflexiones, o incluso escriben –cuando hacen suya la profesión– por necesidad de subsistencia económica.

    Profesionales que se ganan la vida con la escritura, hay poquísimos. Y si son poetas, nadie. Por eso, uno se pregunta si compensa tanto esfuerzo, tanta pulcritud

    He dicho «escribir por goce», cuando lo cierto es que en los primeros años de oficio se escribe sufriendo. Sí, esa búsqueda de la palabra exacta, ese giro que no se logra dar con soltura, esa salida del laberinto que uno mismo ha creado llegan a provocar dolores de estómago. Luego, pasadas varias décadas de existencia, en el inicio de la madurez del escritor es cuando aparece la soltura, la frase atractiva, el retruécano bello y cuanto se quiere provocar. La fruición de lo bello.

    Profesionales que se ganan la vida con la escritura, hay poquísimos. Y si son poetas, nadie. Por eso, uno se pregunta si compensa tanto esfuerzo, tanta pulcritud, tanta búsqueda del acierto, con unos centenares o miles en el mejor de los casos de ejemplares vendidos. Aparte de que cuando se ha culminado el proceso, aún hay gente que tilda al autor de ególatra en busca de la vanagloria. Por todo ello, tal vez sea inútil escribir, a menos de que uno haya construido una personalidad propia en la que le sacude a diario la necesidad de escribir. Entonces, es inevitable y en algunos casos sí que es necesario acudir al psiquiatra.

    Contraviniendo toda lógica, todo el peso de la historia, el ejemplo de Jesús y Sócrates, este humilde escribidor sigue a contracorriente y escribe por si algún día a alguien le puede ser útil. Aunque a renglón seguido pido que no me hagan excesivo caso, porque prefiero que la gente se equivoque sola.

    Y como pienso en el lector, y trato de mimarlo, le deseo a quien haya llegado a leer hasta aquí una feliz Pascua Granada (granada pues con ella el trigo madura el grano) cargada de profundos significados.

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