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    Espiado civil y militar

    El espionaje realizado sobre los teléfonos del presidente del Gobierno de la Nación y de la ministra de Defensa, así como de personas vinculadas por vía ilegal y de kale borroka al proceso independentista catalán preocupa poquísimo más que una higa a la gente de a pie

    17 mayo 2022 09:59 | Actualizado a 17 mayo 2022 10:02
    Ángel Pérez Giménez
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    ¡Hola vecinos! Se ha sobrevalorado el episodio Pegasus. Pepa Bueno, directora de El País, revela con los datos de una encuesta interna de su periódico que, entre los temas informativos que interesan a la opinión pública, el espionaje mediante el sofisticado sistema israelí Pegasus realizado sobre los teléfonos del presidente del Gobierno de la Nación y de la ministra de Defensa, así como de personas vinculadas por vía ilegal y de kale borroka al proceso independentista catalán preocupa poquísimo más que una higa a la gente de a pie. Y a muchos, nos preocupa menos que una higa. Una higa se come. El espionaje, no.

    Disculpen ustedes vosotros que me autoseñale, pero al abajo compareciente le han espiado dos veces. Una, en la mili. Y fue por idioto. Me pillaron con un ejemplar de la revista Cambio16 -todavía recuerdo la portada.

    Titulaba con letras gordas: «Añoveros, menudo obispo»-, un ejemplar de Mundo Obrero y una carta-manifiesto firmada por los curas progres de la Franja, todo ello en el petate. Era 1973, Franco vivía aún y un fusilamiento al amanecer era cosa de su generalísimo antojo.

    El SIM (Servicio Militar de Información) montó un nada discreto servicio de espionaje en torno a mi condición de recluta panoli. Allá donde iba, venía detrás otro payo vestido de caqui, con la misión de poner la oreja, anotar contactos, escudriñar mis lecturas incluso sacudiéndolas por si llevaban algo escondido dentro. Yo lo mortificaba de vez en cuando:

    -¿Qué, Mata Hari? ¿Echamos un futbolín?

    -No, no. Yo mejor me quedo mirando. ¿Te importa que dé un vistazo a eso que llevas bajo el brazo?

    -Toma, es La Codorniz. Ya sabes: ‘la revista más audaz, para el lector más inteligente’.

    -¿Lo cualo?

    -Que no la vas a entender. Pero así la guardas mientras echo un futbolín. No le hagas dos agujeros para ver, novato, que me gusta la prensa sin bujeros.

    Me salvó el culo Antoni Coll i Gilabert, hoy consejero editorial de Diari de Tarragona y entonces mi director. Aseguró al gobernador militar que era normal que un periodista llevara encima semejante alijo de cosas de rojos -el Cambio16, el Mundo Obrero, la carta/manifiesto de los curas progres-. Lo que no era normal es que lo metiera en un cuartel. Pero: ¿qué se podía esperar de semejante pardillo No fui afusilao al amanecer. Eso sí: cargué con el espía del SIM y, en lugar de ser destinado al servicio de Prensa de Capitanía General como estaba previsto, me largaron al Regimiento de Pontoneros, a construir puentes. Y al espía, claro.

    El segundo espionaje fue bastantes años más tarde y en el marco de un caso de corrupción política. Por esos designios del destino, casualidades de la vida y amistad cercana, este menda cayó en medio sin beberlo ni comerlo. Un día el teléfono de casa se escogorció él solico. La compañía envió a unos ‘técnicos’ a repararlo. Instalaron un sistema de escucha y, cuando se consideró que estábamos al margen del lío, el teléfono se volvió a estropear de manera misteriosa. Regresaron los ´técnicos´, desmontaron la ñapa y, si te visto, no me acuerdo. Pero, al destaparse el sumario del caso, apareció publicada en un periódico una conversación textual entre dos investigados. Y uno de los dos era el abajo compareciente. No se explicitaban las identidades, aunque yo sé quién soy yo cuando soy yo. Y era yo. Recluta panoli, periodista pardillo, persona paranormal en líneas generales, espiado por lo civil y lo militar. Ese es mi currículum, que lo sepa el mundo entero.

    Con tal historial, el tema Pegasus me suena a actividad normalita y de escasa relevancia. Pegasus se llama también al sistema integrado en algunos helicópteros de la Dirección General de Tráfico que permite medir y registrar la velocidad de los vehículos controlados. Todos llevamos un Pegasus sobre nuestras cabezas. ¿Cómo no lo iban a llevar los del Tsunami Democratic, los de los Comitès de Defensa de la República (CDR), los que se reunían con el emisario ruso Nikolai Sadovnikov, con el también ruso Sergey Motin, con el ex secretario de Relaciones Internacionales de Convergencia Víctor Terradellas -de Reus-, y con el trapacero Jordi Sardá Bonheví, implicado en una operación gasística con Ucrania de la que los ucranianos aún no se han recuperado? De aquellas reuniones de los ‘Diez mil hijos de Putin’ y los 500.000 millones de dólares pa la saca, han trascendido dos gloriosas frases lapidarias: ‘Puigdemont se ha cagao’ y ‘Esto de la independencia de Cataluña está más que verde’. Acaso por dos frases tan certeras como lapidarias el espionaje merecería algo de interés popular.

    Que Marruecos, Gibraltar, Andorra, la CIA, la TIA de Mortadelo y Filemón o Lavrov, ministro de Exteriores ruso, hayan podido espiar a Pedro Sánchez, a Margarita Robles, a Grande-Marlaska o a Aragonès nos importa bien poco. O bien nada.

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