Si alguna vez has experimentado «una especie de extrañeza entre la gente», incluso cuando se trata de «tu propia gente» –aquellos que comparten tu origen, lengua, comida y cultura– y si de alguna manera has sentido una soledad persistente en medio de multitudes, entonces esta columna es para ti. Siempre quise ser novelista y escribir sobre los silenciados. Los olvidados. Entonces me encontré con Los orígenes del totalitarismo. Hannah Arendt me miró desde la portada, con un collar de perlas alrededor del cuello y un cigarrillo en la mano. Le dije que estaba en Sarajevo. «Bien», respondió. «Quizás aquí finalmente pueda fumar en paz». Así que fumamos juntas en Bosnia. Arendt fue una gran compañía. La filósofa perfecta para leer cuando eres joven y confundida, al igual que sigue siendo la filósofa perfecta para leer cuando eres mayor y tienes más experiencia, pero no eres más sabia. Dejé de fumar hace tiempo, pero continuo leyendo su obra. Habiendo sobrevivido a los horrores de la persecución nazi y habiéndose visto obligada a deja su patria, estaba preocupada por la destrucción de la autonomía individual y el pensamiento crítico. Sin embargo, al mismo tiempo, nos advirtió de que si nos convirtiéramos en individuos atomizados, cada uno en su propio capullo, es cuando empeizan a suceder cosas terribles. He vuelto a mirar la portada del libro y me he encendido un cigarrillo.
Hannah Arendt
22 enero 2025 23:13 |
Actualizado a 23 enero 2025 07:00

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