Es domingo por la mañana y después de desayunar me he vuelto a la cama. He colocado el cojín grande a mi espalda y he estado brujuleando por internet con el ordenador sobre las rodillas. Al despertar me sentía fresca y descansada pero no me he levantado. La semana pasada fue excesivamente intensa por decirlo suavemente. He dado tres pasos hasta la ventana y he abierto las cortinas para ver el jardín. Estrictamente, no se trata de un jardín: veo los cipreses, las matas un ficus enorme y las ruinas de 2000 años de antigüedad y una familia de gatos que cuando oyen mi ventana salen a cercionarse de que nada se les escapa y que esa que les llama es la misma persona cada día. Los gatos adoran las certezas repetitivas. Un manto de nubes grises que no tiene pinta de ir a desaparecer en todo el día. Todo está en calma. Rumor de carnaval lejano. Algunas risas. Antes de desayunar he continuado ese paseo inútil por internet. He visto a Zelensky darle un golpe a Trump un centenar de veces. Es lo que tiene Trump, que pone a casi todo el mundo medianamente inteligente de acuerdo. Me he vuelto a la cama un rato con el ordenador mirando los libros acumulados de reojo. Los domingos grises que se desilzan lentos como la miel hacia el lunes. Intentas retrasar las horas, los minutos y los segundos, como Sísifo pretendes que esta será la última vez que subirás a piedra. Pero Sísifo era un mal bicho.
Domingo
02 marzo 2025 17:47 |
Actualizado a 03 marzo 2025 07:00

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