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14 febrero 2025 20:21 | Actualizado a 15 febrero 2025 07:00
Natàlia Rodríguez
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Tengo invitados. Llegaran pronto y me invade la angustia. Leo en una revista muy chic acerca de la scruffy hospitality, algo así como hospitalidad desaliñada. Invitar a alguien a casa y que vea la leonera tal como está: vasos, pelusas, platos por fregar, tazas de café con su costra de líquido. Una puede caer en la tenación de limpiarlo todo, de caer en una ataque de María Kondo cuando se es el antinomio de la japonesa (aún no se doblar bien una camisa). Scruffy hopitality no es lo que me enseñaron, pero la perfección me angustia. No estoy sola, afortunadamente me rodean personas que antes de salir de casa no lo dejan todo perfecto, por si les atropella un tranvía que no sea que entren los bomberos en el piso y piensen que son unas desaliñadas. El asunto entronca con la teoría de David Zahl de la alta y baja antropología, que viene a decir que esperar mucho del prójimo engendra perfeccionismo, ansiedad, agotamiento y resentimiento. Lo vivimos a diario cuando lo fácil que es volverse un lunático en una sociedad sucia, desaliñada y despreocupada. Zahl propone, por contra, una ‘antropología baja’, en la que recordemos los líos y problemas que pueden tener las personas y las veamos con compasión en su vulnerabilidad. Eso es lo que espero cuando alguien entra en mi cueva. Mi madre decía: «el orden de factores no altera el producto, pero el desorden altera a tu madre». Piedad.

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