Afortunadamente, no siempre tengo cosas que decir. Eso sería una tortura. Como decía Wittgenstein «de lo que no se puede hablar, hay que callar». Pobre Wittgenstein. Él en su cabaña en un lago de Noruega, solitario, extraño e incomprendido. Hijo de una de las familias más poderosas de la Europa de principios del siglo XX. En los salones de su casa de Allemagnestrasse se paseaban Gustav Mahler, Oskar Kokoshka... la Viena dorada de pintores, músicos y filósofos. Un joven Sigmund Freud tomaba el mejor vino mientras las hermanas de Ludwig Wittgenstein soportaban el peso de sus enormes collares de perlas. El filosofo más importante del siglo XX dicen que fue. El más controvertido, seguro. Fue Bertrand Russell quien lo descubrió en Cambridge y lo calificó de genio. Pero una se pregunta qué ha debido pasar para que Wittgenstein acabe siendo un logo de una camiseta hipster o una especie de gurú para jovenes de Silicon Valley. Wittgenstein, que renunció a su fortuna para que su familia -judía- pudiese pagar el precio y salir de Viena. Porque los ricos, los que pagaron, se salvaron. El hombre solitario que con su Tractatus Logicus Philosophicus nos dijo que el lenguaje es la estructura del mundo y que fuera del lenguaje no hay nada. Ni moral, ni metafísica, ni emoción. A veces, mejor callar, no decir nada. En el silencio de la mañana, Wittgenstein tiene toda la razón.
Wittgenstein
13 febrero 2025 21:25 |
Actualizado a 14 febrero 2025 07:00

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