Cuando un Papa recién elegido aparece en la logia de San Pedro, el gentío de la plaza exulta de alegría. Los cardenales que le escogieron procuran alcanzar algún balcón para presenciar la escena y así ocurrió cuando se presentó en 2005 Benedicto XVI. Entre los purpurados de los balcones estaba Francis George, de Chicago, a quien un periodista preguntó después qué pensaba en aquel momento. Contestó: «Mirando a la colina Palatina, pensaba en los emperadores romanos que contemplaban desde allí la persecución a los cristianos y me preguntaba: ¿dónde están sus sucesores?, ¿qué fue del sucesor de Augusto?, ¿y del de Marco Aurelio? Y ¿a quién le importa? Pero si quieren ver al sucesor de Pedro, ahí está cerca, sonriendo y saludando a la multitud».
Ayer fue elegido Papa precisamente un cardenal nacido en Chicago, Robert Prevost, y allí le vimos en la logia de San Pedro... sonriendo y saludando a la multitud.
La alegría que manifestaban miles de personas en la plaza es compartida por todo el mundo católico: 1.400 millones de fieles, la mitad americanos.
Robert Prevost es estadounidense y tiene también la nacionalidad peruana. Vivió 30 años en Perú. Religioso de la orden de San Agustín, se licenció en Matemáticas y Filosofía antes de sus estudios teológicos y de Derecho Canónico. Sus padres son de ascendencia francesa y española.
El nombre que ha tomado, León XIV, muestra su admiración por León XIII, el Papa a caballo entre el siglo XIX y el XX, el de la encíclica ‘Rerum Novarum’ (las nuevas cosas).
Los sucesivos pontificados
¿Qué nuevas cosas le esperan a León XIV?
Cada pontífice se encuentra con un mundo en evolución. El mensaje evangélico, que proclama como primera autoridad, debe responder a lo que la humanidad aguarda con avidez. Y no pocas veces es signo de contradicción. Lo fue en tiempos de Pio XI cuando en Italia se abrió paso el fascismo de Mussolini y en Alemania el nazismo de Hitler. Su sucesor, Pio XII, que le había ayudado a redactar la encíclica ‘Mit brennender sorge’ (Con ardiente preocupación), clamó por la paz para detener la Segunda Guerra Mundial con su horrible balance de millones de víctimas mortales.
Juan XXIII y Pablo VI pasaron a la historia por el Concilio Vaticano II para el ‘aggiornamento’ de la Iglesia, y también por la crisis postconciliar sorprendente, como si llegara el otoño cuando se esperaba la primavera. Juan Pablo II (tras el breve pontificado de Juan Pablo I) vivió y de algún modo protagonizó la caída del comunismo y fue el Papa de las masas y los viajes alrededor del mundo.
Los dos últimos Papas, han tenido también sus desafíos. Benedicto XVI, como gran pensador, dedicó sus mayores esfuerzos a defender la alianza entre fe y razón. Y Francisco tuvo como prioridades su predicación del amor indiscriminado a todas las personas, con preferencia a las más pobres y la lucha por revalorizar el cuidado de la naturaleza como casa común.
Volvamos a la pregunta de qué tareas esperan al nuevo Papa. En el panorama geopolítico, seguir con los esfuerzos para lograr la paz en las guerras heredadas de Ucrania, Gaza y tantas otras, lo que Francisco llamó «Tercera Guerra Mundial a pedazos». Las matanzas se suceden, con bombardeos sobre la población civil, como si la humanidad no hubiera aprendido nada de lo que significa la fraternidad universal, provocando además millones de desplazados y refugiados.
Su otro gran reto, además de la paz y el ecumenismo, será proclamar la verdad en un mundo cada vez más desconfiado sobre ella. En el universo de la postverdad y la desinformación, del relativismo incluso sobre los hechos, en el que resulta tan difícil distinguir entre imagen y realidad, verdadero y falso, el Papa ha de ser el foco que pone luz en las tinieblas.