El primer carro de combate apareció en la Primera Guerra Mundial, en 1916, de la mano del ejército británico. La fabricación de un vehículo acorazado con tracción de orugas se disfrazó como si se construyera un «depósito de agua», de lo que viene el nombre de tanque, que se conservó.
Al año siguiente, 1917, Francia comenzó a construirlos y a diseñar ofensivas a partir de ellos, sobre todo gracias a un joven oficial de artillería, Charles de Gaulle, entonces a las órdenes de Pétain.
Han pasado cien años y aquel invento sigue siendo un instrumento bélico irreemplazable. Estados Unidos y media Europa, incluso España, se disponen a ayudar con tanques a Ucrania.
Aunque renovados, son los viejos monstruos en el paisaje de monstruosidad que es toda guerra.
