El buenismo en política está pasando a la historia. Esa forma de hacer al estilo de José Luis Rodríguez Zapatero, por ejemplo, parece algo negativo, de cobardes. Ahora abunda la soberbia, el egoísmo, actuar mirándose al ombligo sin importar las consecuencias. Los ejemplos más claros son Trump y Putin, pero hay muchos otros. En España, sin ir más lejos, Isabel Díaz Ayuso y Santiago Abascal son diabólicamente expertos en manipular.
En pleno azote arancelario, Trump presumió de que los países que querían negociar le estaban «besando el culo». Aparte de la vulgaridad de la expresión, indigna de cualquier mandatario, refleja su forma de ser: la única negociación buena es aquella en la que hay un vencedor absoluto y un derrotado humillado, no en la que ambas partes pierden y ganan.
Trump ha firmado un decreto para que las duchas puedan tener más caudal. Los presidentes demócratas Obama y Biden habían limitado el caudal de cada cabezal de ducha a nueve litros de agua por minuto. Trump ha eliminado la restricción porque «me gusta ducharme bien para cuidar mi hermoso cabello... Tengo que estar de pie en la ducha 15 minutos hasta que se moja... Es ridículo». Egocentrismo puro. Como aquel infame vídeo de una Gaza llena de estatuas del propio Trump. Esto es lo que nos ha tocado vivir. Y no ha hecho más que empezar.