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    Mapas de la nostalgia

    06 octubre 2022 19:41 | Actualizado a 07 octubre 2022 07:00
    César Muñoz Guerrero
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    En bibliotecas y mercados de segunda mano todavía existen viejos atlas donde el mundo no se ha movido de la guerra fría. En ellos se despliega una geografía fantástica repleta de nombres que fueron usuales en los titulares de los periódicos del siglo XX. Yugoslavia y Checoslovaquia, en Europa; Zaire, en África; la Unión Soviética, que era un continente en sí misma. Aunque la mayoría veamos este material de enciclopedia como una reliquia, hay nostálgicos para todo y así volvemos a ver cómo algunos piden el rescate de usos y denominaciones que no se estilan y quedaron arrumbados por el curso de la humanidad. Cómo surgen y se levantan de la nada los imperios, somos capaces de ponerlo en pie porque quién no ha oído la forja de la Mongolia de Gengis Kan, que fue resultado del empeño de una gente a caballo que no tenía otro entretenimiento que recorrer y ganar territorio.

    De las caídas no se ha hablado porque la historia la escriben los vencedores y estos dejan el testimonio narcisista de su victoria y no tanto el de la rendición o el fracaso del enemigo

    La huella de destrucción de esos afanes quedó grabada en pergaminos y leyendas, pero de las sucesivas caídas no se ha hablado porque la historia la escriben los vencedores y estos dejan el testimonio narcisista de su victoria y no tanto el de la rendición o el fracaso del sometido enemigo. Nadie que no haya vivido la circunstancia es capaz de imaginar cómo se derrumban los delirios de grandeza de dinastías gloriosas o países artificiales. A veces ruidosamente, como pasó en Austria-Hungría, y otras de manera sorda, como la España del 98. Los bizantinos sobrevivieron mil años al apagón del Imperio Romano de Occidente y vendieron cara su piel con la fórmula del fuego griego volando sobre los barcos turcos en los muelles de Constantinopla. Unos siglos después, muchos kilómetros más arriba y en un nivel superior de atrocidad vimos la noche triste de Yugoslavia como un fantasma pisando el rastro de las cenizas.

    Ya hubo hambrunas en Ucrania provocadas por el vecino ruso y recortes a la libertad de las mujeres en sistemas sometidos al yugo del fanatismo religioso

    Unos lo llevan mejor que otros y siempre hay quien quiere recuperar el pasado. Por eso puede resultar sorprendente que tras un conato de ciencia ficción estén volviendo sensaciones que se creían olvidadas desde el desmoronamiento del muro de Berlín. La escasez del trigo, el armamento atómico o los rumores lejanos de batallas en el Este se oyen en los noticiarios como acontecimientos insólitos sin que dejasen de sernos familiares hace tanto. La historia se repite por ciclos y ya hubo hambrunas en Ucrania provocadas por el vecino ruso y recortes infames a la libertad de las mujeres en sistemas sometidos al yugo del fanatismo religioso.

    Suele ser mentira que cualquier tiempo pasado fue mejor y lo corrobora el hecho de que los agitadores se escuden en la tradición para mover los avisperos de los más bajos instintos y pasiones del ser humano. Los atlas y los manuales están ahí para recordarnos cómo fuimos y de qué forma alcanzamos metas que nos hicieron crecer como especie o civilización, no para deducir que ante un momento de incertidumbre sea preferible el regreso al salvajismo o la autarquía. Quienes lo interpretan así realmente no saben leer, porque desconocen que lo que distingue al hombre es la capacidad de indagar en las profundidades, ya sean las del océano o las del pensamiento.

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