En castellano y catalán, la palabra «trabajo» tiene una curiosa etimología. No proviene del latín labor, como en el italiano lavorare o en el coloquial argentino laburar, sino de tripalium: un instrumento de tortura romano. Según los expertos, el término que designaba este cepo formado por tres estacas, que también se usaba para herrar animales, acabó sirviendo para referirse a cualquier tarea que implicara un esfuerzo físico o mental. Y de ahí, trabajo, treball, travail, trabalho, trabayu, traballo... De hecho, todavía hoy, la palabra trabajo tiene por sinónimos conceptos como penalidad, molestia o tormento, indica la RAE.
En los últimos días –quizá algún lector se haya fijado– me he reincorporado de nuevo a la redacción del Diari, tras dieciséis semanas de baja por paternidad. Por suerte, esta vuelta a mis quehaceres no tiene para mí la connotación lacerante y violenta que sugiere la etimología y sinónimos de la palabra «trabajo», aunque esta peculiaridad me lleva a un par de reflexiones. La primera, lo importante que resulta poder disfrutar del trabajo, al que dedicamos gran parte de nuestro tiempo. La segunda, que hay que esforzarse por evitar que nuestras labores se tornen en esclavismos, torturas o angustias. Y la tercera, que el trabajo es un gran espacio para hacer bien a los demás y a uno mismo. Y esa es una gran responsabilidad. Y no es fácil. ¡Vamos a ello!
