Aunque ayer –festividad de San Joaquín y Santa Ana– celebramos el Día de los Abuelos, todos los días deberían ser un homenaje a los padres de nuestros padres, y a los abuelos de nuestros hijos. Olvidados o apartados en muchas familias, descartados por resultar incómodos o pesados, o abandonados por ser una supuesta carga, los abuelos y abuelas son un pilar de nuestra sociedad y nuestras familias.
Mayores o jóvenes, son un apoyo fundamental para muchos padres en lo que se refiere al cuidado de los hijos, y son un referente crucial para los niños y niñas: son una fuente inagotable de atención, cariño y afecto; aportan conocimientos y destrezas menos habituales; y, generalmente, se crea con ellos un vínculo diferente que con los padres, más basado en el disfrute que en las normas o los límites. También a ellos les beneficia el contacto con sus nietos.
Según un estudio publicado en Evolution and Human Behavior los abuelos que cuidan de sus nietos tienen una mortalidad un 33% más baja y una esperanza de vida 20 años mayor que los no cuidan a sus nietos. Lo dice la experiencia, pero también la ciencia: los abuelos son vitales. Así que, como nieto de abuelos fantásticos y como hijo y yerno de abuelos estupendos, sirvan estas líneas de homenaje para todos los abuelos y, especialmente, para Pepa, Jordi, Tere y Pedro; y para Perla, Antonio, Roser y Pedro.