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    A costa

    26 mayo 2023 19:02 | Actualizado a 26 mayo 2023 20:18
    Juan Ramón Ortega Ugena
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    Me contó una amiga que estuvo tentada de comprar un ático en primera línea de costa para vivir todo el año, pero el mismo portero de la finca la disuadió. Le explicó que él dejaba de trabajar cuando acababa la temporada estival y que el edificio se quedaba vacío hasta que empezaba el calorcito.

    Así que si se estropeaba el ascensor con ella dentro, no la encontrarían en meses, cuando ya estuviera amojamada. Y quien dice ascensor, dice ictus o atraco. El dilema de mi amiga no es muy original, es frecuente.

    Este es el drama de la costa. Edificios y más edificios abandonados durante nueve meses al año, un espacio valioso despilfarrado y convertido en calderilla.

    En abril, la directora general de Calidad Ambiental y Cambio Climático de la Generalitat, Mireia Boya, declaró que seguir regenerando playas era tirar el dinero. Es la misma lucha titánica que tienen contra el agua en Venecia, pero a lo bestia. En el caso de la costa podría tipificarse como delito medioambiental porque no se regenera nada, sino que se degenera.

    En abril, Mireia Boya declaró que seguir regenerando playas era tirar el dinero

    Es extender capas y capas de tierra, porque no es arena, sobre el lecho marino del que depende la vida del mar.

    Sin embargo, alcaldes de poblaciones del litoral se echaron las manos a la cabeza. Se iban a quedar sin turismo y sin hostelería. Esos mismos alcaldes que se posicionaron en contra del trasvase del Ebro quieren seguir con la caravana de volquetes derramando su carga en la playa, en lugar de buscar soluciones a medio y largo plazo, que las hay a nivel local más allá de la Agenda 2030, agenda que una mayoría no sabe en qué consiste. Me decía uno completamente en serio que en comer insectos.

    En los programas de los partidos políticos de estas elecciones he leído que insisten en la construcción de viviendas. En 2021 por cada 1.000 habitantes nacieron 7,12 niños, es decir, 1,9 de media por mujer. La fecundidad de reemplazo es de 2.1. Una trayectoria poblacional persistente en los últimos años. Incluso entre 1995 y 1999 fue inferior a esa tasa.

    La calidad de vida no es atiborrarse con una llesca kilométrica

    Es evidente que el problema de la vivienda no es acuciante. Está mal gestionado y nos consta que se va a seguir gestionando mal por falta de racionalidad y, por qué no decirlo, por la caradura de algunos que tienen siglas, nombres y apellidos.

    La libertad de los ciudadanos y la de los especuladores necesita algún tipo de corrección. Desde luego a años luz del fenómeno okupa y de otras imposiciones. Hace tiempo que claman para que cambie el paradigma recaudatorio de los ayuntamientos, el paradigma de los negocios empresariales y los hábitos de los particulares.

    Luego dicen que el hundimiento de la URSS, la pandemia y el reventón de la burbuja inmobiliaria nos cogieron desprevenidos. Estaban anunciados con las trompetas de Jericó.

    Es hora de más calidad y menos cantidad, de erradicar la idea de crecer atrayendo más habitantes y más visitantes, de meter la piqueta en los desaguisados del pasado, de dejar de destruir el patrimonio tradicional para luego urbanizar con criterios de advenedizos, de hacer una política de restauración urbanística y del paisaje.

    En algunos lugares se pusieron a ello antes de la crisis de 2008. La calidad de vida no es atiborrarse con una llesca kilométrica, sino comer menos pan y más chicha.

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