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    Tarraco imperial, pero no comarcal

    La denominación de origen provincia de Tarragona gozará aún de larga vida, tanta como los partidos que ocupan la Diputación. Por mucho que solo los tarraconenses de la ciudad se reconozcan como tales

    24 noviembre 2022 20:33 | Actualizado a 25 noviembre 2022 06:00
    Lluís Amiguet
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    Tuvimos anteayer clase de lujo en la URV con Antoni Coll de invitado especial en Periodismo después de que la directora, Núria Pérez, nos explicara los entresijos de información de este diario la semana pasada.

    Un alumno pregunta a Coll, el director más duradero de este Diari hasta la fecha, qué distinguía a Tarragona respecto a lo que había vivido como periodista en El Diario de Lérida El Noticiero de Zaragoza El Diario de Barcelona, La Vanguardia y RTVE.

    El director explica que «yo soy nacido en Ibarz; pero cuando me preguntan de dónde soy, digo que de Lleida y luego añado: ‘De Ibarz’. En cambio, cuando alguien dice que es ‘de Tarragona’, es que es de Tarragona ciudad; pero nadie de otras comarcas que no sea el Tarragonès dice que es ‘de Tarragona’».

    La lúcida observación de Coll me permite recordar a un tarraconense de pro que al encontrarse con alguien de Reus, que presumía de serlo de capital, añadía: «Si tú eres de capital de comarca, nen, yo soy de la Imperial Tarraco».

    Y se abre así un animado intercambio de opiniones entre alumnos de periodismo de diversas comarcas catalanas, gallegos, que los hay, de raíces chilenas, incluso... Y, por supuesto, de Reus.

    Coll evoca la portada histórica del Nàstic en Primera y es aplaudido por la clase; pero solo por media. El hecho es que Tarragona como entidad provincial, que lo ha sido desde 1833, en que España se organizó en provincias cuyas fronteras trazó el absolutista Javier de Burgos –me chiva Wikipedia– durante la Regencia de María Cristina, no ha conseguido cuajar una identidad que trascienda la de la propia capital.

    En dos siglos, la territorialidad tarragonina no ha calado en los sentimientos comarcalistas

    En estos casi dos siglos, la territorialidad tarragonina no ha calado en los sentimientos comarcalistas como la lleidatana; tampoco la gironina, la verdad, lo ha logrado, si a mi amigo el imperial le sirve de consuelo.

    Intento adivinar la razón –ustedes aportarán sus tesis– y sólo me queda la intuición de que en la provincia de Lleida no ha habido un Reus ni un Figueres que cuestione la capitalidad de la provincia y la división provincial.

    Algunos terciarán que se trata de una disputa banal y localista: puramente identitaria y sin trascendencia política ni económica. Me temo que debo responderles que, al contrario, los consells comarcals no han conseguido sustituir todavía en potencia identitaria –ni presupuestaria– a las Diputaciones provinciales ya centenarias.

    Y las administraciones se van solapando y aumentando su coste para el sufrido contribuyente sin que los partidos políticos quieran renunciar a tantas posibilidades de cargo.

    De ahí que tenga que anunciar a los comarcalistas que la denominación de origen provincia de Tarragona gozará aún de larga vida, tanta como los partidos que ocupan la propia diputación.

    Los consells comarcals no han conseguido sustituir todavía en potencia identitaria a las Diputaciones

    Por mucho que solo los tarraconenses de la ciudad se reconozcan como tales. Y recuerdo entonces a Mariano Rajoy que cuando en una entrevista le pregunté si la propuesta de Fraga de lograr una «administración única» implicaría la desaparición de las diputaciones: «No sé si las diputaciones, pero la de Pontevedra –precisó– no, porque es muy necesaria para financiar los ayuntamientos pequeños».

    Así que es más fácil, sería el corolario, crear administraciones y solaparlas que, desde luego, eliminarlas: no recuerdo que se haya suprimido ninguna desde que Antoni Coll llegó a Tarragona a dirigir el Diari y puso en la cabecera los nombres de varias comarcas en vez de solo el de Tarragona.

    Eso sí, le hemos cambiado el nombre al Gobierno Civil por subdelegación del Gobierno. Y los límites del arzobispado de Tarragona, mal que pese a algunos, siguen respondiendo a la división de prefecturas que ya existía con los Escipiones.

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