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    Golpes
    de Estado estúpidos

    10 enero 2023 18:47 | Actualizado a 11 enero 2023 07:00
    Alfredo Ramírez Nárdiz
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    O tempora, o mores. Aquellos buenos viejos tiempos en que los golpes de Estado se hacían como Dios manda, con un señor con tricornio, bigote, pistola y cara de mala leche ¡Eso sí que era forma de hacer las cosas (quede claro que es un sarcasmo, no sea que alguno se crea que lo digo en serio y me arroje un Tribunal Constitucional o algo peor)! Cuando los tomates sabían a tomate y el clima no estaba tan loco.

    Cuando la gente no se desplazaba en patinete hasta para ir a una oposición o a un juicio. Aquellos tiempos en que, al abrir el periódico y leer a cinco columnas «¡Golpe de Estado!» uno esperaba encontrar fotos de soldados, generales a caballo, algún tanque..., no sé, esas cosas que hacían que uno pasara página con cara de satisfacción y fuera a la sección de deportes con la cálida sensación de esta gente sabe, así da gusto, se nota que son profesionales.

    Pero la profesionalidad en los golpes de Estado, como los sombreros y la buena educación, ya no se lleva. Hoy en día los golpes de Estado han perdido la magia, el encanto, ya no es posible encontrar un golpe de Estado como los de antes por más que uno se esfuerce.

    Primero, porque como todo es un golpe de Estado, ya nada es un golpe de Estado. Hagas lo que hagas en política sabes que el rival te acusará de golpe de Estado: tomas al asalto el Congreso de Estados Unidos vestido de búfalo, golpe de Estado; arrasas los edificios oficiales de Brasilia enfundado en la camiseta de la canarinha, golpe de Estado; quieres modificar un par de leyes orgánicas antes de la Lotería de Navidad para que no se te solape con estar atento al Gordo, golpe de Estado; presentas un recurso de amparo para oponerte a lo anterior, golpe de Estado. ¡Esto es un sin vivir! Todo es un golpe de Estado. Así pues, nada es un golpe de Estado. El concepto se ha devaluado tanto que uno escucha golpe de Estado y es como si escuchara a Manolo Lama decir «el partido del siglo». Te quedas igual.

    Además, ¿qué es eso de hacerse selfies mientras se da un golpe de Estado? ¡Y hacer un directo en las redes sociales! En Brasil lo hicieron esta semana: “aquí estoy, followers, prendiendo fuego al Congreso, viviendo la democracia en primera persona, suscríbanse y den like”. O sea, ¿se imaginan a Tejero gritando: “¡Todo el mundo al suelo! Pero antes denme un me gusta, gracias, sí, los rojillos también, Carrillo no te escaquees.”?

    Esto es un cachondeo. ¿Cómo pretenden que nos tomemos en serio un golpe de Estado con tamaña falta de decoro? Por no hablar del Presidente del Perú, que dice que disuelve el Congreso, el Poder Judicial y a la madre superiora y después que no, que me echaron droga en el Colacao, que lo hice sin querer. O los chiflados de Alemania que se lanzan a hacer la revolución dirigidos por un tipo que dice que es el XIII Príncipe de Reuss. ¡De Reus! De Reus sí que salían buenos golpistas en 1868 y no estos tarados modernos.

    El populismo, y dentro de él estos golpes de Estado estúpidos, no es más que el fruto de la degeneración generalizada de la inteligencia en nuestra sociedad moderna y, en particular, en nuestra política moderna.

    En el fondo, todo este desorden es bien sencillo de entender. Y, para quien desee entenderlo, que no dude en consultar mi libro Teoría General de la Estupidez Política (sí, acabo de colarles publicidad de mi último libro), donde explico que la democracia tiene en el presente un enemigo mucho más peligroso que el populismo: la estupidez.

    El populismo, y dentro de él estos golpes de Estado estúpidos, no es más que el fruto de la degeneración generalizada de la inteligencia en nuestra sociedad moderna y, en particular, en nuestra política moderna. La política es cada vez más estúpida en todos sus elementos. Políticos estúpidos. Medidas estúpidas.

    Y, sí, también golpes de Estado estúpidos. Comparen el dramatismo de la Marcha sobre Roma de los fascistas italianos en 1922, todos muy serios, vestidos por completo de negro, armados hasta los dientes, esa gente metía miedo, se hacía respetar; compárenlo con lo de Brasil, esto es, con un tipo con una peluca verde, una señora gorda en una camiseta de futbol, que la aprieta manifiestamente, gritando desaforada, otro par tomándose sonrientes una foto mientras detrás suyo una horda echa abajo una puerta de cristal y otro más sin camiseta y en una bicicleta. ¡Vamos a subvertir el orden establecido en bici!

    El concepto se ha devaluado tanto que uno escucha golpe de Estado y es como si escuchara a Manolo Lama decir «el partido del siglo». Te quedas igual

    Si no fuera porque es algo muy serio, sería para llevarse las manos a la cabeza ahogando una carcajada. Si no fuera porque no es algo excepcional, sino algo que cada vez pasará más, merecería la pena escribir un esperpento valleinclanesco. Si no fuera porque no es una broma, sino el mundo que nos ha tocado vivir, cabría sentarse, coger las palomitas y dejarse llevar. Tristemente ayer fue EEUU, hoy es Brasil y mañana seremos nosotros. No lo dude, pasará. Es el signo de los tiempos. La estupidez que nos inunda y nos desborda. La estupidez que en este mismo momento está tocando a su puerta, señora.

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