Cuando te has pasado la vida con un hermano que llevaba los prismáticos colgados incluso para dormir, obsesionado por las rapaces, lo normal es que adores a los buitres. Este es mi caso. Cualquier rapaz me apasiona, pero los buitres me enloquecen. Afortunadamente conozco un lugar en el Pirineo donde es posible observar a todos los buitres europeos incluido el absurdo, excéntrico, loco, maravilloso y divino Quebrantahuesos. Con la especie recuperada tras estar a punto de la extinción, este peludo de color naranja es sencillamente excepcional. El buitre en cuestión es, además, una distorsión de las leyes naturales. Me imagino una conversación entre él y Charles Darwin, estilo «Charles, aguántame el cubata». En el Quebrantahuesos nada presume su supervivencia, ni adaptación ni tonterías. ¡Que le den a Darwin! Viven cuarenta años pero no llegan a su madurez hasta los quince años (se pasan en la edad del pavo más tiempo que los humanos, que ya es decir), ponen los huevos en diciembre y los polluelos rompen la cáscara en febrero (nadie en su sano juicio natural nace en invierno en los Pirineos o en los Alpes), todas las especies esperan a la primavera. Ellos no. Ellos con sus plumas tiesas como si fueran un jefe comanche algo hippy, le levantan un dedo (una garra) a la selección natural y dicen «fuck you Darwin». Verlos volar a pocos metros es un regalo de lo imposible.