Opinión

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El novelista y poeta ruso-estadounidense Vladimir Nabokov valoraba enormemente el humor, que consideraba importante y esencial, tanto en la vida como en la literatura. «Todos los escritores que valen algo son humoristas», afirmó. Más adelante, cuando le preguntaron sobre el tema en una entrevista, dio una respuesta brillante: «La risa de siempre es una huésped permanente en cada casa que construyo». Nabokov creía apasionadamente que lo que hacía a Pushkin, Chéjov o Gógol tan excepcionales no era solo la fuerza de su escritura y las historias que creaban, sino también su peculiar sentido del humor. La capacidad de reírse entre dientes en los contextos más sombríos, en las circunstancias más deprimentes. Pero fue Chéjov quien más lo cautivó en este sentido, pues era el maestro de las jocosidades desdichadas y las tristezas absurdas. «Los libros de Chéjov son libros tristes para gente con sentido del humor; es decir, solo un lector con sentido del humor puede apreciar realmente su tristeza». Para Chéjov las cosas pueden ser, y a menudo lo son, divertidas y miserables a la vez, y no es posible clasificarlas en categorías diferentes simplemente porque son inseparables. Así es, tristeza y risas como en los velatorios en los que de repente nos rompemos en carcajadas recordando anécdotas o en medio de esa risa, la melancolía porque no estás con quién quieres compartirla.

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