Opinión

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Pensaba el domingo por la tarde (no entiendo cómo todavía no los han prohibido o porque le UE no los anula) que antes en una calle había, me invento, una frutería de un particular. Y cuando ese negocio cierra —por jubilación, porque no hay un heredero, por lo que sea— probablemente no lo sustituye otro negocio particular. Se baja la persiana, se instalan las palomas, los grafittis, la nada. Cambiamos familias que alimentan a familias por nada o por empresas que alimentan a clientes. Esto es las grandes cadenas de casi todo. El autónomono o la marca pequeña es más proclive a educar al comprador; tiene más paciencia y se juega más en ello. Quiere crear un vínculo, más allá de la transacción. ¡Antes se fiaba! A la cadena le da igual si no vuelves, y también le da igual —de hecho suele interesarle— que sepas cuanto menos mejor. Es deprimente que una tienda de barrio pague en proporción muchísimos más impuestos que Shein o Temu, que revientan los precios porque van a por lo que tiene más valor: los datos. Imposible explicarlo en pocas líneas —leyes, globalización, dumping, desindustrialización, turismo, sueldos bajos, especulación, marketing, impaciencia, ignorancia—, pero hemos perdido demasiado por el camino. La única gracia era el comercio diferente, el que tenía carácter. Es verdad que no deberíamos pensar en domingo.

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