La revolución es imposible sin el Arte. Veamos la pintura, ya sea un emperador sometiéndose a un Papa, el fervor nacionalista que desencadena una revolución o una ciudad silenciada por los bombardeos, los pintores han capturado desde hace mucho tiempo los puntos de inflexión de la historia. En algunas pinturas, la rebelión es ruidosa, como en La Libertad de Delacroix, que avanza con la bandera tricolor en alto. En otras, es más silenciosa, como Teodosio de Van Dyck, que muestra la humillación del Estado ante la Iglesia, y el Iván de Repin, que muestra el peso insoportable del poder absoluto retraído hacia el interior, o el dolor desafiante que se ve en los ojos del madrileño a punto de ser asesinado por los franceses en Los Fusilamientos de Goya. Los artistas a menudo regresan a los mismos momentos de ruptura para remodelarlos en lugar de documentarlos. El Marat de David se convierte en un santo revolucionario. El Guernica de Picasso convierte el terror en un grito antifascista. Incluso décadas después, La ejecución de Maximiliano de Manet todavía se atreve a hablar contra el imperio. Reimaginan el pasado para hablar al presente, presentando a los rebeldes como mártires, a los tiranos como villanos y al silencio como complicidad. Rara vez son neutrales. Detrás de cada lienzo hay una elección: glorificar, condenar o cuestionar. Sin el Arte no hay revolución posible, solo pantomima.