Diane Keaton no era la mejor actriz de todos los tiempos. No era una GOAT (que no significa cabra, sino Greatest Of All Time). Ese es el terreno para las Hepburn, la Streep, la Davies o todas las Dames (el grupo de británicas como Judi Dench o Maggie Smith). Pero pocas actrices nos han marcado tanto como ella. Yo llevo buscando esos pantalones toda mi vida. Los que llevaba en Annie Hall. Llevo buscando esa camisa de cuadros, esa americana. Las gafas, el estilo andrógino impecable. Todo un modo de vida condensado en una silueta. Esa risa llena de inteligencia. La recordaremos por El Padrino, pero yo no podré olvidarla en Asesinato en Manhattan junto a Alan Alda. Regresaba al cine de Woody Allen justo después del escándalo de su separación de Mia Farrow. Cuando los demás le dieron la espalda ella no lo hizo, no se abandonó a la comodidad de la indiferencia y regresó al lado de su viejo amigo y amante. No le dio la espalda y le bordó una de sus mejores películas. Luego llegó otro cine en el que nos hizo sonreír, nos dio una lección de cómo envejecer sin hacerse mayor. Al final he podido copiarle algunas cosas (los chalecos) pero es imposible repetir ese oh-la-di-la-la-di-la. Maravillosa Annie Hall.