Una llamada me alertó de la muerte de Josep Suriol Sardà, y el artículo de ayer del presidente de la Confraria de Sant Magí dio razón de la personalidad de este buen amigo, escritor infatigable de cartas al director y ciudadano ejemplar.
Pintor de profesión, le recuerdo un día encaramado a un andamio cuando pintaba la fachada de la iglesia de l’Argilaga; pero sobre todo evoco sus frecuentes visitas al periódico para entregar sus cartas y hacerme sugerencias para esta sección que hoy llora su pérdida.
Solía venir con fotocopias de textos de hemerotecas y archivos. Su pasión era Tarragona y sus personajes. Sus peticiones, a veces atendidas por el Ayuntamiento, iban destinadas a honrar la memoria de benefactores de la ciudad.
Hoy pienso que él ha sido uno de ellos. Se desplomó cuando iba a misa a la Ermita del Portal del Carro, el más querido de sus escenarios.
Descanse en paz.