La Mirada de Carlos Pérez de Rozas: identificar lo esencial, sin una gota de frivolidad

Irrepetible. Se nos ha quedado un mundo menos interesante, más triste y hoy estamos inmensamente más solos. Hemos perdido un periodista. Cada vez quedan menos, y sin ellos, vayan preparándose para lo peor

13 agosto 2019 18:20 | Actualizado a 14 agosto 2019 10:30
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El pasado lunes no tuvimos otro remedio que despedirnos de Carlos Pérez de Rozas. Mi amigo y el de muchísima gente más también, casi diría que el amigo de todo el mundo.

Nos despedimos de él como merecía, con caos, algarabía, lágrimas, risas y una interpretación de Hey Jude (la de los Beatles) que ya quisieran ver en Liverpool. La familia y los amigos aporreábamos su ataúd al ritmo, como si en lugar de una caja de madera que contenía sus restos fuese un tam-tam, un poderoso instrumento con el que poder comunicarnos con el más allá o dónde sea que se nos haya ido. 

La sala en pie aplaudiendo, monstruos del periodismo como Antonio Franco o Xavier Vidal Folch bailando juntos, los directores de todos los medios de comunicación de Barcelona, el Puyal, el Besa y los cientos de amigos que llenaban a rebosar la sala, cantaban a grito pelado aquello de «toma una canción triste y hazla mejor».

Un espectáculo que le hubiese encantado. Él que cuando fue a ver Mamma Mia al cine, hizo bailar a toda la sala con su Dancing Queen. Un amigo que vive en Basilea al ver el vídeo que le envío me dice que él también quiere así su funeral, «en la barra de un bar». Confunde el ataúd con la barra de un bar. A Carlos eso le hubiese encantado. 

Ese torbellino vital era por encima de todo un periodista total. Sin fisuras. Con un conocimiento enciclopédico de la profesión y de una honestidad y una generosidad con su oficio superaltivas. Carlos era, es, periodismo en estado puro. Antonio Franco o su hermano Emilio o Toni Piqué  no hacían más que insistir en ese aspecto en sus artículos e intervenciones: Carlos era un profesional irrepetible.

En esta época de fake news, de manipulaciones, de calidad grosera, de inmediatez banal, la mirada de Carlos era más necesaria que nunca. Porque Carlos sabía mirar, es decir identificar lo esencial, lo importante, no había ni una gota de frivolidad en su humor desbordante. 

Esa es la mirada que sus amigos vamos a echar de menos cada día de nuestras vidas, porque entre abrazo de oso y risas sabía cómo provocar la reflexión justa, el análisis de certero. 

Te llamaba a cualquier hora para que le tradujeras el titular del New York Times o de un diario danés y cuando le contestabas que de danés más bien poco el te soltaba que «eres la mujer más inteligente que conozco» (todas las mujeres eran siempre las más inteligentes del mundo porque él era feminista avant la lettre) y ya te lo imaginabas rascándose la cabeza nervioso y devorando los lápices que coleccionaba y a ti no te quedaba otra que ir a Google y pedirle que descifrara esa galimatías nórdico. 

La recompensa

La recompensa a primera vista era una retahíla de elogios, pero eso era lo de menos, la verdadera recompensa era formar parte de ese grupo de elegidos para la gloria, de esos amigos del Pérez a los que él martirizaba con las correcciones para sus artículos o con los power point para sus alumnos, la verdadera recompensa era estar en ese círculo íntimo de personas que eran observadas por Carlos Pérez de Rozas. Esa mirada bondadosa y honesta, inteligente e irónica que nos hacía a todos inmensamente felices. 

Se nos ha quedado un mundo menos interesante, más triste y hoy estamos inmensamente más solos. Hemos perdido un periodista. Cada vez quedan menos, y sin ellos, vayan preparándose para lo peor. 

 

Periodista. Nacida en Tarragona, Natàlia Rodríguez empezó a ejercer en el ‘Diari’. Trabajó en la Comisión Europea y colabora en diversos medios. Vive entre París y Barcelona.

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