Una profesión difícil y necesaria
Nuestro cerebro solo puede enfocarse en una cosa a la vez, y ahí es donde comienza el verdadero reto del periodismo: mirar donde el poder no quiere que miremos
Nuestro cerebro es un órgano fascinante pero no tiene la capacidad de procesar muchos pensamientos a la vez. Earl K. Miller, neurocientífico del MIT, sugiere que, de hecho, sólo podemos centrarnos en una tarea cognitiva profunda a la vez y que multitasking, en realidad, es cuando cambiamos rápidamente de una tarea a otra. Eso sí, nunca procesamos dos tareas cognitivas a la vez. Y esto lo saben muy bien los líderes políticos con tendencias autocráticas o populistas para inundar los informativos con una serie de noticias, cada cual más atroz, mientras sigue el asalto a las instituciones democráticas con cambios de calado que pasan (casi) desapercibidos.
Por ejemplo, a la vez que el nuevo y flamante avión de Donald Trump copaba los titulares, la Casa Blanca borraba todas las transcripciones de las comparecencias del presidente ante la prensa, no sólo de este segundo mandato, también del primero. Según los historiadores, estas transcripciones han servido durante años como el registro definitivo de lo que dicen los presidentes en público. Parece que Trump no quiere que quede constancia por escrito de sus alocuciones con los medios.
Es este el papel que juegan los periodistas, el de exponer no sólo lo que pasa en el escenario, también lo que ocurre entre bambalinas. Por desgracia, esta labor también los pone en el punto de mira de aquellos que prefieren que toda la atención se quede donde el foco alumbra. De hecho, a día de hoy, la impunidad por los crímenes contra periodistas y el encarcelamiento arbitrario de profesionales de los medios continúan siendo algunos de los desafíos más urgentes en países cuyos gobiernos tienen inclinaciones autoritarias. En Turquía, por ejemplo, una nueva ola de arrestos de periodistas siguió a las recientes protestas antigubernamentales. Mientras tanto, gran parte de los medios independientes de Rusia opera actualmente en el exilio, con muchos periodistas temiendo por la seguridad de sus familias que permanecen en el país. En zonas de conflicto como Gaza y Ucrania, los periodistas están siendo asesinados indiscriminadamente. Abordar la cultura de impunidad que rodea los crímenes contra periodistas es una condición fundamental para garantizar la libertad de prensa.
En las democracias regidas por el estado de derecho, las amenazas al periodismo suelen manifestarse de formas más sutiles pero también muy dañinas. El uso indebido de las leyes de seguridad nacional ha permitido una vigilancia cibernética generalizada de las comunicaciones de los periodistas (Hungría). Además, la propiedad de los medios está cada vez más concentrada en manos de oligarcas con estrechos vínculos con las élites políticas, lo que compromete la independencia editorial.
Por otra parte, las campañas de desinformación contra los periodistas y los medios de comunicación están creciendo en escala y frecuencia, alimentadas por el auge de los movimientos populistas en todo el mundo, especialmente en Europa, América Latina y Estados Unidos. Estos movimientos suelen promover discursos antiinmigración, sentimientos contrarios a la Unión Europea y la imposición de los llamados ‘valores tradicionales’ en detrimento de los derechos LGBTQIA+, además de negar la urgencia de la crisis climática.
La desinformación está en el centro de la polarización social actual. Ha demostrado ser eficaz para dividir a las sociedades distorsionando y redefiniendo conceptos fundamentales que antes constituían la base de una esfera pública compartida –un espacio donde el debate, incluso el desacuerdo enérgico, era posible.
Existen esfuerzos como la Ley de Libertad de los Medios de la UE (EMFA) y la Ley de Servicios Digitales (DSA) que representan pasos importantes para salvaguardar el periodismo y frenar la desinformación. Sin embargo, persisten preocupaciones sobre si estas herramientas serán efectivas en países con una independencia judicial comprometida o donde los gobiernos abusan de las leyes de seguridad nacional para silenciar voces críticas.